El monumento protohistórico de Mezora (Arcila, Marruecos)
Enrique Gozalbes Cravioto
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXVI (Valencia, 2006)
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Enrique GOZALBES CRAVIOTO*
EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
(ARCILA, MARRUECOS)
A mi buen amigo Georges Souville,
como testimonio de estima y de admiración.
RESUMEN: El túmulo de Mezora es uno de los monumentos protohistóricos más importantes del Norte de África. Fue objeto de excavaciones arqueológicas en los años treinta, pero sus resultados nunca se publicaron. En 1952, en las páginas de APL, Miguel Tarradell publicó un estudio, en
el que realizaba una buena descripción del monumento, recogía algunas hipótesis, pero afirmaba
que las excavaciones no habían dado descubrimientos. Por el contrario, el testimonio del arqueólogo Pelayo Quintero, a quien el excavador dio un informe oral, y las fotografías aéreas de la época
de las excavaciones, ofrecen nuevos datos para el conocimiento.
PALABRAS CLAVE: protohistoria, tumulus, fotografía aérea, Norte de Marruecos.
RÉSUMÉ: Le monument protohistorique de Mezora (Arcila, Maroc). Le tumulus de
Mezora est un des monuments protohistoriques les plus importants de l’Afrique du Nord. Il a fait
l’objet d’excavations archéologiques dans les années 1932-1936, par C. L. Montalbán, mais ses
résultats n’ont jamais été publiés. En 1952, dans les pages de Archivo de Prehistoria Levantina,
Miguel Tarradell a publié une étude, où il effectuait une bonne déscription du monument, il rassemblait plusieurs hypothèses, mais affirmait que les fouilles n’avaient pas donné de découvertes.
Au contraire, le témoignage de l’archéologue Pelayo Quintero, auquel Montalbán a donné un rapport oral, et les photographies aériennes de l’époque des excavations offrent de nouvelles données
pour la connaissance.
MOTS CLEF: protohistoire, tumulus, photographie aérienne, Nord du Maroc.
* Facultad de Educación y Humanidades de Cuenca. Universidad de Castilla-La Mancha. Avda de los Alfares, 44.
16002-Cuenca. E-Mail: enrique.gozalbes@uclm.es
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EL ESTUDIO DE TARRADELL EN APL (1952)
El conjunto monumental que estudiamos en el presente trabajo se encuentra situado a
unos 15 km en línea recta al SE de la población de Arcila, en el NO de Marruecos, en el
territorio del Zoco del Tenin de Sidi Yamani. En su estado actual constituyen los muy
maltrechos restos de uno de los principales monumentos del Marruecos antiguo, que
viene sufriendo un proceso de fortísimo deterioro. Se trata del túmulo-cromlech de
Mezora, acerca del cual el trabajo científico fundamental fue publicado, ya hace más de
medio siglo, en esta misma revista, por parte del profesor Miguel Tarradell (1952). Éste
era desde 1948 director del Museo Arqueológico de Tetuán, e inspector de Arqueología,
por tanto, responsable único del servicio de arqueología del protectorado español en
Marruecos (Gozalbes, 2003: 147 y ss.; Souville, 1993).
Los fundamentos de su estudio los mantendría reiteradamente en lo escrito acerca del
monumento de Mezora, si bien de una forma mucho más resumida, en diversas ocasiones en los años posteriores. El merecido crédito de las investigaciones realizadas por
Tarradell, unido a la aparente ausencia de otros datos complementarios, ha conducido a
que sus conclusiones fueran enteramente aceptadas, con una aparición muy marginal del
monumento en los estudios más generales sobre las tumbas protohistóricas, tanto en el N
de África en su conjunto (Camps, 1965), como en Marruecos en particular (Souville,
1968).
Varios aspectos descuellan en el estudio del monumento efectuado por Miguel
Tarradell. Por una parte, destaca su amplísima descripción del mismo, la más ajustada de
todas las efectuadas, y en la que por su mayor calidad se ha basado toda la bibliografía
posterior. Resumiendo los datos, en una clave descriptiva, el monumento de Mezora
estaba constituido en sus inicios por una colina artificial muy redondeada, formada por
acumulación de tierra y piedra, de forma circular con tendencia ligeramente oval, con un
diámetro de 58 m E-O y 54 m N-S, con una altura máxima en el centro de unos 6 m.
Alrededor de la colina existen toda una serie de menhires o monolitos de piedra “bastamente tallados”, según la expresión utilizada por el propio Tarradell, que son por lo
general de medio metro de altura (en realidad la altura de los mismos es algo mayor),
aunque hay algunos más elevados, como el denominado por los lugareños El Uted (“el
pico”), de casi 6 m de altura, y situado cerca de otro de unos 4 m. Por último, la circunferencia de la colina se apoya sobre hiladas superpuestas de piedra arenisca, idéntica a la
de los monolitos (de la misma cantera), pero bastante bien cortada en bloques rectangulares.1
1
En el Museo Arqueológico de Tetuán todavía hoy se conserva una maqueta del monumento de Mezora realizada hacia
1933 y de la cual nos habla Pelayo Quintero (1942: 13): “en el centro de la sala hay una maqueta, reconstrucción del cromlech de Mezora (principal monumento megalítico de la Mauritania) aún no terminado de estudiar y que guarda analogía
con otros descubiertos en las islas Canarias”. Vid. fig. 1.
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Junto a la descripción del monumento destacan otros aspectos recogidos por Tarradell
y que han pasado después de forma reiterada a la bibliografía especializada. A nuestro juicio, algunos de estos datos han sido más acertados, como es el caso de la cronología aproximada de la construcción, su posible relación con la tumba de algún régulo indígena
antiguo, o también la hipótesis de relación del lugar con la tumba atribuida al gigante
Anteo en la propia antigüedad. Por el contrario, otras cuestiones expuestas por el autor,
como veremos más adelante, son mucho más problemáticas, cuando no directamente
erróneas, y que vinieron motivadas fundamentalmente por un hecho: Tarradell no utilizó
la bibliografía anterior sobre el monumento (aunque conociera su existencia). Este hecho
condujo a que, aparte de una hipotética medición (puesto que esos datos podían también
estar en el Museo de Tetuán), su conocimiento fuera superficial en algunos aspectos aunque ciertamente experto (fig. 1).
La bibliografía sobre el monumento de Mezora es muy considerable, si bien la comprobación de la misma permite concluir que poca de ella aporta realmente algo nuevo,
siendo meramente repetitiva en algunos datos (puede verse recogida, hasta la fecha de
esta publicación, en Souville, 1973: 33-35). En la mayor parte, la literatura se ha reducido a una descripción del monumento tal y como se podía observar en el momento concreto, y en fechas más recientes a la mera reproducción de las conclusiones alcanzadas
Fig. 1.- Vieja fotografía de la maqueta del monumento de Mezora,
realizada antes de su excavación. Museo Arqueológico de Tetuán.
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por Tarradell (en última instancia, Fanjul Peraza, 2002: 13-14). Prácticamente, ninguna
de las numerosas incógnitas planteadas desde el principio han podido tener respuesta.
Tres hitos podemos considerar en las referencias sobre Mezora: las primeras observaciones efectuadas a partir del siglo XIX; las excavaciones de los años treinta, que alteraron bastante el monumento; finalmente, la publicación de Tarradell que, con todas sus
limitaciones, ha sido la fuente de conocimiento básico. Después, en especial desde los
años sesenta, el monumento de Mezora ha sufrido un proceso paulatino de destrucción
ante el desinterés generalizado, unas veces por acción humana, otras muchas por la erosión natural. La misma ha producido en ocasiones la aparición de algunos débiles indicios de nuevas estructuras, según el monumento se ha ido deteriorando.
LA TUMBA DE ANTEO: ALGUNAS CITAS ANTIGUAS
Como señalara Tarradell, muy probablemente la tumba ya fue abierta en la antigüedad
clásica, y ello quizás alteró algo su hipotética estructura interior. De hecho, aunque
Schulten (1949: 74-75) ya se había interesado por el episodio de la apertura de una monumental tumba antigua por parte del general romano Sertorio a raíz de su estancia en la
región de Tingi, fue Tarradell quien de forma más acertada puso en relación este mismo
episodio con la existencia del monumento de Mezora. Partió para ello de una observación: Mezora es la tumba antigua más espectacular del N de Marruecos, y sería difícil que
no quedaran vestigios de aquella que llamó la atención como tumba atribuida al gigante
Anteo. La historiografía más tradicional, representada por ejemplo en la Historia de
Tangere de Fernando de Menezes, consideraba que la tumba de Anteo estaba situada
junto a la propia ciudad, en Tanya Balia (“Tánger el viejo”), colina sita al E de la misma.
El texto básico acerca de este curioso episodio de la antigüedad es, sin duda, el de
Plutarco quien afirma que el general romano Sertorio, en el contexto de las guerras civiles romanas (año 81 a. C.), pasó al N de la Mauritania, a la tierra de Tingi, a luchar a favor
de uno de los bandos locales aquí enfrentados. En la zona de Tingi, sin mayores precisiones en el texto, le indicaron la existencia de una monumental tumba donde estaría
enterrado el gigante Anteo, a quien atribuían la fundación de la ciudad. No dando crédito a la opinión de los habitantes, Sertorio habría mandado abrir el sepulcro y, según decían, se había encontrado con un cadáver de 60 codos, por lo que sacrificando víctimas
como expiación volvió a cerrar la tumba con todos los honores (Plutarco, Sert., 9).2 La
fuente de información utilizada fue, probablemente, los escritos del rey mauritano Iuba
II, que menciona algo más tarde. Los mecanismos de la propaganda en este episodio, ini-
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El texto y traducción puede verse en Schulten, 1937, 166 edición y 349 traducción.
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cialmente de Sertorio al respetar con piedad los despojos, y después de Iuba II al relatar
los hechos que afectaban a un antecesor, pudieron afectar en la correcta transmisión del
suceso.
También el escritor romano Tanusio Gémino recogió una versión muy similar acerca
de este suceso: en la región de Lynx (Lixus) se encontraba la sepultura del gigante Anteo,
en el cual Sertorio descubrió un esqueleto de 60 codos, que mandó volver a enterrar
(Estrabón XVII, 3, 8).3 En este caso vemos una plena coincidencia en los datos, con tan
sólo una falta de sintonía en el nombre del lugar donde se hallaba la monumental tumba.
El supuesto esqueleto de 60 codos, es decir unos 40 m, muestra tanto en un caso como
en otro la alteración de lo que debía referir la cifra, que era las dimensiones de la tumba
(en realidad son algo mayores).
Finalmente, también en la obra de Pomponio Mela, al hablar de la Mauretaniae exterior (la Mauretania atlántica) se menciona la tradición de que aquí había reinado el
gigante Anteo, y que, como prueba de esta afirmación, mostraban una colina de escasa
altura donde tenían la imagen (o bien imaginaban) de un hombre tumbado y que decían
era su tumba: Hic Antaeus regnase dicitur, et (signum quod fabulae prorsus) ostenditur
collis modicus resupini hominis imagine iacentis illius, ut incolae ferunt, tumulus (Mela
III, 10).4
Es cierto que en lo que respecta a la interpretación del texto podría existir una cierta
confusión en lo que se refiere a si la colina, de escasa altura, tenía la forma o no de un
personaje tumbado. Como señaló Carcopino, que no identificó la tumba con la de
Mezora, es significativo que Mela no mencione este hecho al hablar de Tingi, sobre su
fundación y el recuerdo supuesto de Anteo, y sí en el libro en el cual habla de la
Mauritania atlántica (Carcopino, 1943: 68). Ello indica que la tumba no se hallaba en el
territorio estrictamente tangerino sino en otro externo, aunque no muy lejano, condición
que cumple a la perfección el monumento de Mezora.
Estos textos de la antigüedad muestran varios hechos, al menos a partir de la aceptación de la identificación con Mezora del sepulcro explorado por Sertorio. La tradición de
una tumba real, identificada con la de Anteo como un gran rey del pasado. La exploración realizada por Sertorio en un lugar en el que no existe contradicción toponímica,
puesto que Lixus (como ciudad principal) era la zona donde se hallaba la tumba, y Tingi
era nombre no sólo de ciudad capital sino también de todo el territorio (la posterior provincia romana de Mauritania Tingitana). Igualmente se documenta el interés de Sertorio
por efectuar la exploración del sepulcro, y también la voluntad final de congraciarse con
3
4
El texto griego y traducción francesa en Roget, 1924: 26, que sigue la lectura en el manuscrito del nombre de Gabinio,
totalmente desconocido, en lugar del de Tanusio Gémino. Vid. García Moreno, 1995, que restituye el nombre de Tanusio
Gémino, a partir de otros manuscritos, aunque se extiende en demasía en la contradicción, sólo aparente, acerca del lugar
de la tumba.
Texto latino y traducción francesa en Roget, 1924: 28-29. Vid. sobre esta descripción, Gozalbes, 1995.
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los mauritanos enterrando de nuevo los despojos que en la tradición posterior pasarían
por ser de un tamaño descomunal.
No obstante, a partir de la conquista romana las fuentes van a guardar silencio acerca
de la gran tumba de Mezora. En la lista de topónimos del geógrafo Ptolomeo nada en concreto permite suponer su identificación con alguno de ellos. Plinio habla de forma relativamente extensa del territorio tingitano, extendiéndose en la mención de sus ciudades y
sobre la conquista romana. Al tratar de Tingi y de Lixus (Plinio, NH. V, 1-5) menciona la
fundación de la primera por parte de Anteo, y el carácter regio de la segunda, por haber
estado allí ubicado el palacio de Anteo, pero ni en un caso ni en el otro se menciona la
tumba.
También otro escritor posterior, Solino (Coll. Rer. Mem. 25), menciona Tingi y dice de
ella: primus auctor Antæus fuit; en lo que respecta a Lixus afirmaba: ubi Antæi regia, qui
implicandis explicandisque nexibus humi melius sciens, velut genitus matre terra, ibidem
Herculi victus est. La mención de Lixus como lugar del combate hubiera justificado citar
el sepulcro, pero los cierto es que ambos escritores silenciaron su existencia, al tiempo
que desconocieron la exploración de Sertorio.
En época romana por la planicie en la cual se encuentra el monumento de Mezora,
como ya intuyera Tissot en 1878, pasaba una vía de comunicación. Sin embargo, las prospecciones de Tarradell, primero, y de Ponsich, después, no lograron localizar restos romanos en las cercanías del túmulo. Parece claro que su territorio más próximo permaneció
sin ocupar, como un espacio sagrado en el mundo indígena. En todo caso, en los datos
de la Tabula Peutingeriana, mapa de caminos del imperio romano, en este punto restaurado a partir del Geógrafo Anónimo de Ravena (III, 11), René Rebuffat ha indicado la
verosímil identificación del topónimo Gigantes con Mezora. El nombre de Gigantes
encajaría bastante bien con los grandes monolitos relacionados con el monumento funerario que estudiamos (Rebuffat, 2000: 895 y en otros trabajos anteriores).
El monumento no aparece citado en las fuentes árabes medievales, ni tampoco está
presente en los relatos de los viajeros europeos por el reino de Fez en la Edad Moderna.
Por el contrario, sí hay un párrafo en las crónicas portuguesas que nos habla de la llegada hasta el mismo de las tropas lusitanas, y que constituye la primera descripción del
monumento. En una correría realizada desde la plaza de Arcila, ocupada en 1471, los soldados portugueses descansaron a la sombra del gran menhir que la crónica menciona
como Pedra Alta, y que se indica visitado en múltiples ocasiones por el cronista: “está
dereita para cima, que parece ser metida á mâo; e de grosura de um tonel e vai afusada e
dereita; o que está em cima da terra sao trinta e cinco ou treinta e seis palmos. Eu estive
muitas vezes ao pé dela a cavalo, e com ua lança de vinte dous palmos que eu costumava a trazer... Multas vezes preguntei a mouros antigos que diziao dela e nunca me satisfazerao; o que dela sospeito parece ser algum juramento ou pazes feitas por algunos reis
antiguos, e por memoria forao metidas duas, e outra está caida dela que, ainda que está
cubierta de terra, descobre mais de trinta pés, e ad derredor delas, um tiro de pedra, vao
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outras postas á mao, muito mais piquenas, que parecen testemunhas” (Bernardo Rodrigues, 1915: 273-274).
EXPLORACIONES EN EL SIGLO XIX
En todo caso, el primero que en fechas más recientes mencionó el monumento en sus
escritos, y realizó un estudio acerca del mismo, fue el viajero inglés Arthur Coppell de
Brooke (1831: 35 y ss.). Su descripción del monumento, tal y como se conservaba en la
época en la que visitó el lugar, resulta preciosa para el conocimiento, en especial en lo
que se refiere a algunos detalles del mismo. El viajero comparaba el monumento de
Mezora con los de Gran Bretaña, con los que observaba una fortísima similitud, considerando que debían ser de la misma época y, quizás, realizados por un mismo pueblo.
Coppell de Brooke ya detectó que la colina redondeada era artificial, que estaba rodeada por una serie de bloques de piedra, que entonces consideraba que estaban relativamente bien conservados, de los que contó un total de 90. Pudo observar en la parte sur
del monumento dos pilares de forma redondeada, cuya posición en paralelo asemejaba
una entrada, y en uno de ellos pudo observar un dibujo formado por líneas entrelazadas,
mismo dibujo que vio en otro de los bloques del cinturón de monolitos.
También es particularmente importante que Coppell de Brooke, en su visita que realizó hacia 1830, pudiera percatarse de un hecho muy poco tenido en cuenta después: el
monumento de Mezora no es sino el centro de otras manifestaciones megalíticas que
están presentes en la zona. Así al O detectó la existencia de un monolito derribado con la
extremidad tallada para asemejar la cabeza humana; varios cientos de metros más lejos
en la misma dirección encontró otro grupo de 6 menhires también tirados por tierra, y
otros dos de pie pero uno de ellos roto; uno de esos monolitos tenía una serie de agujeros circulares que parecían formar cierta trama de dibujo.
Prescindiendo de otros viajeros posteriores, que no aportaron novedades al conocimiento, unos 45 años más tarde visitó Mezora el cónsul francés en Tánger, verdadero creador de la arqueología de Marruecos, Charles Tissot. A su juicio el gran monumento de
Mezora se hallaba en la llanura que atravesaba la ruta romana que unía Tingi con
Tocolosida. El gran túmulo tenía una altura entre 6 y 7 m, y con una circunferencia de un
centenar de pasos, flanqueado al O por un grupo de menhires del cual el principal medía
6 m, y rodeado por su base, en las 3/4 partes de su circunferencia, por un cinturón de piedras de un metro de altura media. Pero constataba que tan sólo quedaban 40 monolitos
de los 90 contados por el viajero inglés: “il est donc probable que la circonférence tout
entierre du barrow de Mzôra était bordée par ces pierres, celles qui manquent ont été
employées par les habitants du douar voisin de Mzôra à la construction de murailles de
clôture” (Tissot, 1877, 178-179).
Tissot señalaba que los dos bloques redondeados, uno de ellos con dibujo, que había
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señalado el viajero inglés ya no estaban en el lugar, que el menhir principal, que llamaban los lugareños El-Uted (“el pico”) tenía unos 6 m de altura, y finalmente confirmaba
la constatación efectuada por su antecesor: “le groupe que nous venons de décrire n’etait
que le centre d’un ensemble de monuments beaucoup plus considerable, car on remarque
au nord et au sud-ouest du tumulus, sur une étendue de 400 a 500 pas, une cinquantaine
de menhirs, couchés ou encore debout”.
El grupo más importante, a unos 80 pasos al SO del túmulo, se componía de un monolito tumbado y roto en 3 trozos, y una veintena de otros fragmentos. En otros lugares, en
especial al N del túmulo, volvían a existir grupos de menhires, la mayor parte de ellos
tumbados. En su estudio de 1952 Tarradell mencionaba la existencia de estos grupos de
menhires, uno a unos 150 m al N del túmulo, y otro a 50 m al NO del mismo.
El lugar, divulgado por estos escritores, comenzó a ser objeto de atención y de una
cierta curiosidad en esa misma época. Así el vicecónsul español en Larache, Teodoro de
Cuevas y Espinach, siempre interesado por la Historia y el Arte del territorio, visitará
Mezora hacia 1880, en una época en la que el viaje por esta zona constituía una auténtica aventura. Habla de Mezora (a la que nombra como el Uted), y comete diversos errores en sus apreciaciones: “en torno a un montecito de tierra perfectamente circular y de
unos veinte metros de diámetro se encuentra un ruedo hoy incompleto de piedras cónicas, cuya forma trae involuntariamente a la imaginación el recuerdo de los antiguos
monumentos druidicos. La piedra principal, que se encuentra a la parte de poniente, tiene
unos cinco metros de altura, por uno de diámetro. Esta es la que llaman el Uted. Las
demás son pequeñas” (Cuevas, 1883: 168).
Al margen de los evidentes errores en las dimensiones, y de no terminar de afirmar
que el montecito de tierra era artificial, es evidente que Cuevas estaba muy al margen de
los datos sobre los monumentos prehistóricos, esos “druidicos” que cita. En todo caso, en
el terreno de la anécdota, rechazaba la leyenda local acerca de que el terreno en la cúspide se tragaba los animales que por allí pasaran: “hemos estado a caballo con seis o siete
amigos en aquel mismo sitio, sin haber experimentado percance alguno... probable sería
que si se practicase una buena excavación en el centro del referido montecito, probable
sería que se descubriesen restos de algún antiguo monumento”.
EXPLORACIONES EN EL SIGLO XX
En los comienzos del siglo XX Mezora volverá a atraer la atención de escritores, aunque no aportarán nada nuevo a lo escrito por Coppel de Brooke y por Tissot. La instauración del protectorado español en Marruecos, en 1912, se vio acompañada mucho más
tarde por la iniciación de la investigación arqueológica, ya en los años veinte, sobre todo
debido a la inseguridad. Así, de Mezora se ocupará de una forma muy somera el militar
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Antonio Blázquez y Delgado-Aguilera (1913: 16 y ss.), no aportando prácticamente nada
nuevo al respecto, más allá de su integración en el modelo de grandes tumbas prehistóricas de Andalucía. Mayor importancia relativa tendrá más adelante la descripción y estudio realizado por Angelo Ghirelli, un italiano que realizó sus estudios en el N de Marruecos: “estos vestigios, cuya investigación se ha empezado, permiten suponer una línea
de civilización megalítica a lo largo de las costas atlánticas... y permite la creencia de que
ha existido una civilización atlante que se ha desarrollado durante el periodo neolítico”
(Ghirelli, 1942: 184; 1930: 192-195).
Los datos conocidos en la época, y transmitidos, mostraban ya que el túmulo se componía de una colonia artificial, de unos 6 m de altura y 58 m de diámetro (de E a O, y 54
de N a S). Estaba rodeado de una gran cantidad de monolitos de formas diferentes, pero
trabajados en sus formas por la mano humana. Poco más estaba al descubierto en 1932,
como vemos en las fotografías que se realizaron hasta esa fecha. Las fotografías anteriores a 1932 se centran, especialmente, en el famoso menhir de más de cinco m de altura,
conocido como Uted por los lugareños. No obstante, marcan la existencia de una colina
perfectamente alisada, cubierta de hierba, y en torno a la que aparecían algunos rastros
derribados del círculo de menhires. Lo vemos perfectamente en esta fotografía de poco
antes de 1930 (fig. 2), y en la cual ya se detecta el rebaje artificial de la piedra, y el curioso agujero, no muy profundo, en una de sus caras.5
El P. Koehler, infatigable estudioso de los restos prehistóricos de Marruecos, fue uno
de los últimos especialistas que visitó Mezora en 1931, justo antes del inicio de los trabajos en el lugar. Realizó una somera descripción del túmulo, tal y como se podía observar
en ese momento. Como casi todos se fijó de una manera muy especial en el gran menhir
de unos 5 metros de altura; a su lado, semiderribado, aparecía un segundo monolito también de grandes dimensiones, que tiene en torno a los 4 m. En la fotografía efectuada por
el religioso (fig. 3), en la que aparece un personaje a caballo, podemos vislumbrar esos dos
menhires y el arranque de la colina artificial todavía sin abrir (Koehler, 1932).
El mismo Koehler destacaba que algunos de los monolitos que rodeaban el túmulo
presentaban señales de círculos piqueteados, una cuestión que había pasado desapercibida pero que ya había sido reflejada en el siglo XIX por los autores mencionados anteriormente. Este hecho, nuevamente, no fue más tarde destacado por parte de Tarradell, y
debemos esperar a las observaciones de Georges Souville para volver a verlo reflejado:
“certains de ces monolithes présentent des cupules plus ou moins profondes et régulières; si quelques-unes peuvent éter dues à l’erosion ou à l’action des bergers, d’autres sont
sas doute plus anciennes” (Souville, 1973: 33).
5
Fanjul Peraza, 2002: “tiene un agujero artificial de 20 cms en su superficie, que se va estrechando a modo de embudo”.
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Fig. 2.- El gran menhir de Mezora visto desde la colina del túmulo todavía intacta. Cerca del mismo,
a la derecha del espectador, el segundo gran menhir derribado. Fotografía de 1930.
Fig. 3.- Fotografía realizada por H. Koehler en 1931 del gran menhir.
Por detrás asoma el segundo en lo referido a dimensiones.
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Dichos agujeros circulares, muy probablemente, no son recientes, pero tampoco necesariamente tienen por qué ser del momento mismo de la construcción del monumento.
Para identificar su motivación, con toda probabilidad, haya que recurrir al testimonio del
ya mencionado Pomponio Mela, geógrafo romano del siglo I. Al tratar de la pretendida
tumba de Anteo en el N de Marruecos señalaba lo siguiente: unde ubi aliqua pars eruta
est, solent imbres spargi, et donec effossa repleantur, eveniunt.6 Es decir, que en la antigüedad existía la creencia de que si se hacía un agujero caían las lluvias y que las mismas continuaban hasta que los agujeros eran cubiertos. Así pues, los agujeros circulares
de algunos de los monolitos tumbados en la zona puede que estuvieran en la antigüedad
en relación con actividades propiciatorias en relación con la lluvia, en una actividad antigua pero posterior a las motivaciones reales de construcción del monumento.
El P. Koehler fue el primero que, además de lo anteriormente recogido, señaló la presencia en los alrededores del monumento de una industria lítica en sílex relativamente
abundante. Años más tarde Tarradell identificó la existencia de una estación de superficie en los alrededores del monumento, donde aparecían numerosos sílex tallados, que
identificó como pertenecientes al Ateriense (Paleolítico superior africano), al Iberoamauritano (Epipaleolítico) y al Neolítico (Tarradell, 1955: 379; Tarradell, 1956: 266).
Por su parte, M. Ponsich señalaba la existencia al N del túmulo de tres talleres de fabricación de piezas de sílex, pero sin clasificar la industria aquí existente.
En el Museo de Tetuán, procedente de Mezora, hay una industria de lascas muy poco
típica, en la que tan sólo destacan algunas piezas, en concreto, una buena raedera en sílex
marrón, dos o tres puntas, algunas láminas y laminillas, elementos denticulados, un hacha
de mano bifacial en cuarcita, y una punta pedunculada en sílex.7 Y en fechas más recientes, Alfonso Fanjul ha realizado prospecciones en el territorio, localizando yacimientos
de sílex tallados, que clasifica de finales del Paleolítico medio e inicios del Paleolítico
superior (Fanjul Peraza, 2002: 11). La explicación de la existencia de todas estas estaciones se encuentra en que en la zona se producen importantes afloramientos de sílex que
fueron aprovechados en momentos muy diversos.
LAS EXCAVACIONES DE MONTALBÁN (1932-1936) Y SUS RESULTADOS
Con el establecimiento de la Segunda República en España se diseñó un plan de excavaciones en el protectorado del N de Marruecos. Mezora se iba a convertir en una especie de buque insignia de la investigación española en su territorio colonial. En realidad,
6
7
MELA III, 10.
Estudio de los fondos del Museo Arqueológico de Tetuán efectuado por nosotros, con autorización del Servicio de
Arqueología de Marruecos, en julio de 1980. El material, tanto en exposición como en los fondos, se encuentra muy seleccionado, lo cual dificulta ciertamente el estudio.
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parece poco dudoso que detrás de la actividad existía un nada disimulado interés por
hacer “visitable el monumento”. De hecho, la apertura de la pista hasta el mismo se realizó con fondos destinados a turismo, y esta documentación refleja el interés por integrar
Mezora en el futuro desarrollo turístico.
La exploración inicial realizada en la zona del monumento permitió, entre otras cosas,
identificar la cantera de los menhires, como vemos en una referencia: “el campo sagrado
del poblado de Suahel con sus ringleras, cromlech y tumba; la cantera de donde se sacaron los menhires de Suahel” (Quintero, 1941: 38, a partir de un informe de Montalbán).
La mención a las ringleras nos indica aquello que se encontraba en la concepción de
Montalbán: próximo al monumento se hallaba un alineamiento de menhires, algunos de
los que aparecen dispersos en las cercanías. Dicha reconstrucción aparece reflejada en la
maqueta del monumento existente en el Museo Arqueológico de Tetuán (fig. 1).
Los trabajos efectuados en Mezora iban a suponer una amplísima remoción de tierras.
El comienzo de los mismos lo conocemos por un comentario de Pelayo Quintero, acerca
de que se produjo en el año 1932, y que corrieron a cargo de los fondos de la Alta
Comisaría (Quintero, 1941: 9), es decir: de la autoridad colonial. Este propio hecho
marca una actividad excepcional, por cuanto la arqueología se desarrollaba a partir de los
muy exiguos presupuestos que entonces tenía asignados la Junta de Monumentos
Históricos y Artísticos del Marruecos español.
La excavación realizada por el Asesor Técnico de la Junta de Monumentos, César Luis
de Montalbán, que había realizado previamente excavaciones en Tamuda y Lixus, fue
muy poco afortunada. De hecho, basta con revisar la bibliografía para observar el desprecio más aparatoso acerca de sus actividades; Montalbán era un personaje muy peculiar, que a partir de 1945 pasaría en Tánger (ciudad internacional) a desarrollar las excavaciones de la sociedad local de Historia y Arqueología. Es muy difícil defender su labor,
sobre todo en el contexto de los resultados alcanzados. En una época en la que no existía en España la arqueología profesional, Montalbán se calificaba a sí mismo como artista, y se embarcó en un proyecto que lo superaba ampliamente, pese a su entusiasmo de
aficionado. Aún y así, las circunstancias fueron principalmente, como veremos, las que
realmente influyeron negativamente incluso más que su propia impericia.
Montalbán no redactó, que sepamos, ningún informe escrito acerca del túmulo y del
desarrollo de las excavaciones. No lo hizo en ese momento ni tampoco lo haría años más
tarde. Los intentos que hemos realizado, no exhaustivos es cierto, por buscar documentación no han conseguido el éxito pretendido. Por esta carencia documental, aparte del
destrozo (progresivo) del monumento, lo único que ha pasado a la bibliografía especializada es el comentario de Miguel Tarradell acerca de la excavación del monumento: “en
los años 1935-1936 Montalbán realizó una excavación en el túmulo, abriendo una gran
zanja transversal que se bifurca y limpiando de tierra la parte central. Aunque nada hay
escrito sobre estos trabajos, parece que no se realizaron hallazgos” (Tarradell, 1953: 17;
1954:11).
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Estas observaciones se han repetido más adelante, reiterando el error parcial de la
fecha, y el muy evidente de la inexistencia de hallazgos en el interior del túmulo. Así,
para Michel Ponsich: “les fouilles entreprises en 1935 n’ont donné aucun resultat et
aucun compte rendu n’en a été fait” (Ponsich, 1966: 474). Y para Souville: “fit l’objet de
fouilles en 1935 et 1936. Celles-ci furent conduites par L. De Montalban qui n’a malheureusement laissé aucune publication” (Souville, 1973: 33), datos todos ellos que no
hacen sino reiterar las afirmaciones de Tarradell.
Los datos que se recogen, a partir de Tarradell, no son del todo exactos: por ejemplo,
en lo que se refiere a las fechas, hemos visto más arriba como realmente las excavaciones se iniciaron algunos años antes, en concreto en 1932, y de hecho (como veremos) en
enero de 1935 estaban relativamente avanzadas. A falta de informes más o menos concretos, buena parte de nuestro estudio sobre la excavación se realizará a partir de los testimonios gráficos, por cuanto es totalmente cierto que Montalbán no dejó ningún escrito
conocido al respecto de estas actividades.
En todo caso, la excavación realizada por Montalbán presuponía la existencia de un
corredor, de acuerdo con el modelo de las tumbas dolménicas españolas. No era nada
extraño, y esto era lo que podía motivar la gran zanja, en busca del punto central, que
refleja Tarradell. Por otra parte, en el testimonio de Pelayo Quintero, que no estuvo presente en la excavación pero sí que habló con Montalbán en 1939, se partía de la opinión
recogida ya por Tissot, y después por otros escritores, acerca de que el túmulo debía tener
en su interior un corredor, razón por la que según Quintero: “desde el menhir de cinco
metros y pico de altura que forma el frente, se abrió un foso o zanja de varios metros de
anchura, con el objeto de poner al descubierto lo que había construido en el centro”
(Quintero, 1941: 35-36).
Por tanto, era una decisión estudiada la de dar con dicho corredor, partiendo para ello
del hipotético punto de entrada que suponía el gran menhir. Esta decisión técnica opinable, pero que ciertamente chocó en su desarrollo con una estructura inesperada, es la que
marca el inicio fundamental de la cadena de los errores.
En realidad la excavación efectuada por Montalbán, a la luz de las fotografías aéreas
tomadas en aquellos años, no estuvo exenta de sentido y de una dirección relativamente
correcta, que es mucho más difícil de seguir con posterioridad, por la triste fortuna del
monumento, pero también por los comentarios críticos, en alguna parte excesivos, de
Miguel Tarradell, que hizo bien poco por documentarse acerca de lo realmente acaecido
en el lugar. Sin duda, Tarradell quiso marcar distancias desde la arqueología profesional
ante lo que opinaba era un descrédito en relación con los investigadores extranjeros que
se interesaban por Mezora.
Entre los años 1932 y 1934 Montalbán limpió el circuito del túmulo, dejando perfectamente al descubierto todo el círculo de monolitos que poseía. Pudo así, por vez primera, contarlos y fue él quien detectó que sumaban 167 en total, es decir, casi el doble de lo
que había visto el viajero inglés de 1830. También en buena parte del círculo se detecta—335—
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ba la existencia de un enlosado muy cuidado,8 muy perceptible en las fotografías aéreas,
y todavía visible en esta fotografía obtenida por nosotros en julio de 1979 (fig. 4).
Por otra parte, en todas las fotografías aéreas efectuadas en los años en que se realizaron las excavaciones se detecta, exterior al monumento, un círculo de piedras acumuladas. Más adelante volveremos sobre esta cuestión, a partir de alguna propuesta reciente de interpretación.
También las excavaciones de 1932-1936 hicieron que en algunos puntos del circuito
se pudiera detectar la existencia de un muro de contención. La actividad de Montalbán
permitió “dejar a la vista los sillares que forman el muro circular” (Quintero, 1941: 35),
o como también se dice en otro lugar, “entre los menhires y el túmulo hay un sólido muro
de grandes piedras unidas con barro y que forman un cerco uniforme y perfectamente
hecho para contener la tierra del montículo” (Quintero, 1941: 9). Precisamente este círculo de sillares, dejado al descubierto por Montalbán en las excavaciones, es el que ha
permitido después una datación mucho más adecuada del monumento.
En efecto, la gran aportación realizada más adelante por Tarradell al estudio de
Mezora se centró, sin duda, en detectar la cronología muy tardía del monumento, conclusión a la que llegó a partir del círculo de sillares. Contra todos los que habían escrito
de Mezora hasta ese momento, que apostaban por su cronología prehistórica, Tarradell
apuntaba que pese a la rusticidad debía datarse en los siglos anteriores al cambio de Era:
“alrededor del túmulo, para evitar la dispersión de las tierras de su base, hay un zócalo
de sillares” (Tarradell, 1952: 237-238).
A nuestro juicio el paramento de sillares, en algunos de los puntos visibles, es muy
determinante, para marcar la cronología del monumento (fig. 5). En efecto, en alguno de
sus tramos, la excavación de Montalbán dejó al descubierto un paramento cuya composición de losas es muy similar a la existente en construcciones púnicas de Lixus, pero
también en Tamuda, lo cual señala una cronología de construcción en torno al siglo IV a.
C., como muy tarde siglo III a. C., como producto del impacto cultural púnico en un
medio indígena (Gozalbes, 1981).
Este hecho permite señalar que, sin duda, Mezora es un monumento funerario construido para algún rey indígena en torno a esa fecha. Debemos tener en cuenta que en la
última década del siglo III a. C. la Mauritania occidental, en el marco de la segunda guerra púnica, aparece ya organizada bajo una monarquía, la del rey Baga que regía sobre
los mauri o indígenas del África atlántica.
Este hecho significa que, en una concreción a hipótesis más verosímil, la tumba de
Mezora o bien perteneció a uno de los miembros de esa dinastía, en especial al fundador
de la misma (lo que encajaría muy bien con su identificación con Anteo), o es de los régu-
8
Sobre el mismo llamó también la atención M. Tarradell. Aparte de su artículo monográfico sobre el túmulo, por ejemplo
en su conferencia de 1950, “Marruecos antiguo a través del Museo Arqueológico de Tetuán”, “unas losas perfectamente
encuadradas que forman la base del túmulo en su parte externa...” (Tarradell, 1950: 17).
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Fig. 4.- Enlosado muy cuidado del monumento junto a los monolitos.
los de territorios más concretos precedentes de la monarquía unificada. Debe tenerse en
cuenta la espectacularidad del monumento que exige una dedicación a su construcción de
mucha gente durante bastante tiempo.
Volviendo a las excavaciones de los años treinta, el volumen de los trabajos realizados
por Montalbán fue muy considerable y la labor importante en la limpieza del circuito. A
continuación, en el mismo año 1934, Montalbán inició la campaña de apertura del túmulo. Para ello, partiendo de la hipótesis de la existencia de un corredor, abrió una fuerte
zanja partiendo del punto indicado por el gran menhir. Dicha zanja se entrecruzaba con
otra abierta en un sentido lateral. Se conservan diversas fotografías aéreas, todas ellas de
fechas muy similares, pero desde unas posiciones diferentes y que nos ofrecen algunos
datos coincidentes acerca de la ejecución de la excavación arqueológica.
La primera de ellas (fig. 6), desde una posición muy lejana, nos ofrece una perspectiva del gran círculo ya limpiado, con los menhires o monolitos ya identificados y exentos,
sin duda con el enlosado al descubierto, y en el túmulo se divisan ya las dos grandes zan—337—
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Fig. 5.- Mezora. Paramento de losas y sillares bien cortados. Fotografía de 1981.
jas bien conocidas (fotografía inserta en Tarradell, 1954). El trazado de la gran zanja
muestra la opinión de Montalbán acerca de que los dos grandes menhires marcarían la
entrada del monumento y, por tanto, la dirección que tendría el hipotético corredor (opinión que, por otra parte, distaba de haber tenido Tissot).
La segunda de las fotografías, que no consideramos en este caso necesario reproducir,
aparentemente pertenece a la misma serie, tomada ese mismo día, y representa otra imagen desde el lado contrario del túmulo. Se observa ya la existencia de las dos zanjas que
han llegado a cruzarse en el centro que quedaba todavía por explorar. En todo caso, en
esta fotografía aparecen unas hileras de piedras en el interior que comentaremos más adelante (Quintero, 1941: lám. I).
La tercera fotografía (fig. 7), bien conocida por los estudiosos, es la recogida en otra
de sus obras por parte de Miguel Tarradell (1952; 1953: foto 1). Se trata de una fotografía que trata de forzar el constraste en los claros y oscuros, y que el avión tomó de manera frontal en relación con el gran menhir. Sin duda, es la más clarificadora de todas las
efectuadas, lo que explica su constante reproducción. En ella se adivinan ya unos muretes de piedras en dos partes de las zanjas y que permiten albergar ciertas dudas. ¿Medida
de protección, por otra parte de nula utilidad?
Por otra parte, la fotografía muestra que ya se estaba llegando al monumento central.
De hecho, la ampliación de la fotografía en este sector central permite observar la exis—338—
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tencia de algunas estructuras constructivas rectilíneas, si bien de carácter impreciso. Todo
ello apunta al año de 1936 como la fecha más posible de su realización.
Por último en esta serie, otra fotografía aérea, en este caso bastante más clara (por
haberse efectuado desde una posición más vertical al monumento), es la efectuada en 1935
y que se conserva en el Centro Cartográfico y Fotográfico del Ejército del Aire. En esta
fotografía los muretes de piedra acumulada interiores son más evidentes que en otros
casos.
La documentación gráfica que hemos recogido permite, sin duda, ubicar más en sus
justos términos la agresiva excavación realizada por Montalbán. La primera parte de la
misma nos parece incuestionable, la limpieza del círculo. En todo caso, una severa duda
nos queda respecto al círculo de piedras exterior, perfectamente visible en las fotografías. Muy regular en las partes N, O y S, sin embargo en la E (a la derecha de la figura)
adapta la forma de una simple acumulación de piedras por parte del excavador.
La segunda parte de la excavación, la apertura del monumento, es sin duda discutible
pero siguiendo las normas al uso en la época, con la búsqueda del supuesto corredor. La
posible existencia de un murete interior, que parece detectarse en las fotografías, tiene sus
paralelos en el túmulo urbano de Volúbilis (Souville, 1973: 142-143). Sin duda el principal problema inicial de Montalbán fue que en el interior del monumento no se encontró
lo que esperaba.
En todo caso, los muros del interior, nunca documentados de forma científica, y la
posible complejidad del interior del túmulo, se confirman en cierta forma con una de
nuestras visitas al lugar con anterioridad a su definitivo destrozo. En 1979 en una de las
partes de la tierra que quedaba por eliminar, como producto de la erosión, apareció entre
ella y el enlosado exterior colindante con los monolitos, una serie de sillares trabajados,
aunque desgastados, que recogimos en la siguiente fotografía (fig. 9), aspectos todos
ellos que muestran hasta qué punto desconocemos muchos elementos de este gran monumento.
Mezora estaba destinado como monumento a poseer muy poca fortuna. Por un lado,
padeció una excavación discutible, aunque no tan exenta de sentido como las más de las
veces se indica. Tarradell iba a ser bastante displicente al respecto, creando una imagen
que parece definitiva: “aunque nada hay escrito sobre estos trabajos, parece que no se realizaron hallazgos” (Tarradell, 1952; 1953). La realidad no fue esta, y a poco que el gran
arqueólogo catalán hubiera buceado se hubiera encontrado con la verdad. De Tarradell ha
pasado, de forma ineludible, a Georges Souville: “un monument se trouvait peut-être au
centre” (Souville, 1973: 33). En efecto, tal y como suponía sin datos el prehistoriador
francés, también Montalbán encontró la tumba esperada en el interior.
La mala fortuna se dio también en el momento en el que se produjo este hallazgo, en
vísperas de la guerra civil española. Una breve referencia de 1935 señala que el centro
del túmulo lo que tenía era un dolmen (VVAA, 1935: 24, nota 5). Por su parte, Pelayo
Quintero recibió el informe del propio Montalbán, por lo que tiene valor este testimonio:
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Fig. 6.- Fotografía aérea del monumento de Mezora, muy probablemente de 1934.
Fig. 7.- Fotografía aérea de Mezora, probablemente de 1936.
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Fig. 8.- Fotografía aérea militar de Mezora en 1935.
Fig. 9.- Afloramiento de muro interior de sillares. Fotografía de 1979.
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“resultó, según el Sr. Montalbán, solamente una cista o caja de lajas de piedra, que hoy
yacen desperdigadas en los alrededores. No pudieron terminarse las excavaciones, a consecuencia de los sucesos derivados del levantamiento nacional, pero creemos que pronto
continuarán, dirigidos por un competente arqueólogo, y se estudiará la gran cantidad de
material lítico encontrado” (Quintero, 1941: 36).
Aparte de la ironía de Pelayo Quintero acerca del competente arqueólogo, queda claro
que se produjeron hallazgos, que en el centro había una cista formada con lajas de piedras, que en 1941 yacían desperdigadas debido a la anarquía subsiguiente al estallido de
la guerra civil española. Lajas desaparecidas más tarde, pues Tarradell ya no tuvo conocimiento alguno de su existencia. El mismo Quintero indicaba antes que los trabajos:
“hubieron de suspenderse prematuramente a causa de los sucesos políticos de julio de mil
novecientos treinta y seis, pero que dejaron descubrir algo del interior y gran cantidad de
material lítico” (Quintero, 1941: 9). Y después afirmaba: “siendo muy de lamentar que
en Msora haya desaparecido, casi por completo, la sepultura o cista que había en el centro y otras de los alrededores” (Quintero, 1941: 10).
Esta última afirmación abre una incógnita, razonable a la luz de los datos disponibles:
es muy posible que en el monumento de Mezora existieran otras tumbas junto a la indiscutible ubicada en su parte central. La complejidad de las estructuras interiores que se
adivina, en un conjunto tumular sin corredor, así parece indicarlo.
Las tumbas en cista, en este caso recubierta con un gigantesco dolmen, son características de la Edad del Bronce en el N de Marruecos. Ya bastantes tumbas de este tipo fueron detectadas por Tissot, su repartición es bastante considerable: están documentadas en
el valle del Lau (Quintero, 1941: 36-37), en el valle de Tetuán, en la zona de Tánger
(donde destaca la necrópolis mejor conocida de El Mries) (Jodin, 1964), en la zona de
Larache y en el curso del Lukus hacia Alcazarquivir (Souville, 1973: 40 y ss.). En Tánger
las cistas funerarias siguen utilizándose en el contexto de la aculturación púnica, tal y
como pudo estudiar Ponsich (1970). Así pues, el espectacular conjunto funerario de
Mezora tenía en el túmulo una simple y modesta cista, pero se adivina la existencia de
estructuras constructivas nunca estudiadas, que pudieran formar parte del complejo
monumental.
DETERIORO Y APROXIMACIONES RECIENTES
Basten estos datos como indicación de que la documentación sobre el monumento está
muy escasamente utilizada, y los datos deben completarse con bastante amplitud. Por
desgracia, el deterioro del túmulo-cromlech ha sido posteriormente muy acusado. Las
zanjas abiertas en 1934-1936 han vivido con posterioridad, en medio de la desidia, un
proceso de erosión imparable, así como una actuación no controlada para la reutilización
del material pétreo y la tierra.
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Este proceso de deterioro fue perceptible, pero algo limitado, en los años cuarenta y
cincuenta. No obstante, ya se disparó de una forma definitiva en los años sesenta. El deterioro supuso la desaparición de una parte entera (un cuarto) del túmulo que las fotografías prueban con claridad que no fue afectado por las excavaciones, lo que sólo se explica
por una extracción incontrolada de la tierra. De esta forma, en el interior del túmulo se
comenzó a formar en los años sesenta una pequeña charca, en los periodos de lluvia, que
contribuía más aún al proceso de deterioro. Lo podemos ver, hacia 1966-1967, en la
siguiente fotografía aérea (fig. 10) obtenida por Michel Ponsich (recogida en Souville,
1973: 32).
En fechas más recientes se han realizado algunas aportaciones puntuales para el conocimiento del monumento. Así en los años setenta el investigador norteamericano Mayor,
a partir de las medidas tomadas en el monumento, consideró que su forma y dimensiones
parecían responder a aspectos astronómicos (Mayor, 1976). Es ésta, la de la arqueoastronomía, una línea que ha comenzado a tener bastante atracción en los últimos años, en realidad sin aportaciones destacables para el caso que nos ocupa (Belmonte y otros, 1999).
Por otra parte, también hacia 1980 una misión prehistórica francesa en Marruecos
recibió el encargo de estudiar Mezora. Dicha misión ha publicado un muy breve informe,
en unas pocas líneas, en la que informa del derrumbe de muchos de los monolitos, de la
ruptura de una parte de los mismos, de la invasión del monumento por parte de la vegetación, y de la fortísima degradación de los cortes estratigráficos del túmulo central.
Finalmente, el informe señala, sin precisiones, que parecen existir tres grandes etapas de
construcción del conjunto (Debenath y otros, 1981-1982).
Georges Souville ha vuelto a ocuparse del monumento de Mezora también en fechas
más recientes. En este caso, ya a partir de otros testimonios antes desconocidos, ha destacado que Montalbán “aurait trouvé au cours de ses fuilles, au centre du monument, un
ciste, voir une chambre funéraire avec squelette” (Souville, 1998: 109). Los paralelos
más cercanos de este tipo de monumentos, siempre sin menhires, se encontrarían en
Karia El Abassi, señalada por Tissot, y en el gran túmulo de Beni Madan, cerca de Tetuán,
publicado de forma defectuosa por Ghirelli.
Souville ha utilizado un levantamiento de fotogrametría para observar la existencia de
otras estructuras diferentes. De esta forma, “on observe aussi une deuxième enceinte
parallèle à la première, ne s’étendant pas à toute la circonférence, notamment à l’est et au
sud. A l’ouest, cette deuxième ligne s’elargit pour former une sorte de bastion rectangulaire, de forme très regulière” (Souville, 1998: 111). A su juicio esta estructura era un altar
o plataforma exterior para actividades de culto, que tiene sus paralelos en otras muchas
construcciones tumulares norteafricanas. Finalmente, Souville destaca la existencia al
NO de una plataforma rectangular, en cuyo interior se encuentran otros menhires derribados.
Respecto a estas observaciones, ya hemos visto que el círculo referido de piedras, bastante regular excepto en la parte que justamente falta, se detecta muy bien en las foto—343—
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Fig. 10.- Deterioro del monumento de Mezora. Fotografía de Ponsich en los años sesenta.
grafías aéreas de los años de las excavaciones. En lo que respecta al bastión o plataforma exterior en la parte O, junto a los dos grandes menhires, parece confirmarse una
estructura similar a la propuesta en la figura 8. No obstante, la supuesta prolongación
separada del bastión, “un aire en forme de trapéze”, en la continuación de esta misma
fotografía se detecta muy bien que se trataba de una acumulación reciente de las piedras,
con una construcción cuadrangular (sin techo), probablemente para guardar enseres.
CONCLUSIONES
El estudio que hemos realizado, a nuestro juicio, permite completar con cierta amplitud las conclusiones obtenidas en su día por Tarradell, y que han pasado a ser communis
opinio acerca del monumento de Mezora. Al respecto del mismo aparecen pocas dudas a
estas alturas: se trata de la tumba más monumental del Marruecos antiguo. En ella se
enmarca una clara mezcla entre un curioso arcaísmo, presente en los menhires (por otra
parte, sin mucha tradición en el país), y en el tradicional enterramiento en cista, pero también de nuevos contenidos constructivos, marcados por el enlosado y por el muro de contención. Aquí encontramos, de una forma indudable, la influencia del mundo púnico irradiado desde las ciudades o factorías de la costa no tan lejana (en especial, Lixus).
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En este sentido, de ser cierta la verosímil tesis de Tarradell, los indígenas de los inicios del siglo I a. C. atribuían dicha tumba a Anteo, considerado como el fundador de
Tingi (o del país de Tingi), y como un rey existente en tiempos pretéritos. El recuerdo
permanecía de la pertenencia de este mausoleo a un importante rey del pasado. Volvemos
por ello, de forma necesaria, a los siglos IV-III a. C. como la horquilla cronológica:
Mezora fue un monumento de costosa construcción y que se encontró en relación con los
orígenes del reino de Mauritania. Sin duda, el general romano Sertorio hizo bien en buscar la reconciliación; es más, la no ocupación posterior del territorio por parte de los
romanos, pese al inmediato transcurso de una vía de comunicación, parece reflejar la continuidad de un espacio sagrado y quizás temido.9
El monumento funerario de Mezora es, sin duda, el espacio fundamental en un territorio que posee otras estructuras mucho menores, identificables casi únicamente por la presencia de menhires o monolitos. Este hecho fue bien destacado en los estudios iniciales del
siglo XIX, aparece también en alguna de las notas que se deducen de los trabajos del
entorno de los años treinta, pero no fue destacado en absoluto por parte de Pelayo
Quintero, y fue prácticamente ignorado por Tarradell. No obstante, este hecho ha vuelto a
ser detectado en el estudio más reciente realizado por una misión arqueológica española.
Los datos que hemos recogido, no tenidos en cuenta hasta ahora, de los escasos informes que pudo recabar Pelayo Quintero en 1939, y sobre todo las fotografías aéreas de los
años treinta, creemos que aclaran, en la medida de lo posible, la excavación efectuada por
César Luis de Montalbán. La misma no fue tan carente de sentido como se repite en
diversas ocasiones. Aparte de la identificación previa de la cantera, ubicada a escasos
kilómetros del lugar, y de algunos alineamientos de menhires, en 1932 se inició el proceso arqueológico mediante la limpieza del círculo. Esta fue indudablemente la parte más
exitosa y en la que hubiera sido deseable que se hubieran detenido entonces las actividades. Dicha excavación sacó a la luz:
– El círculo de monolitos o menhires, con evidentes señales de trabajo humano, y
que alcanzaban la cifra de 167.
– Un cuidado enlosado anexo a los monolitos, al menos presente en una buena parte
del circuito.
– El muro de contención de las tierras del túmulo, con un paramento que evidencia
la influencia púnica.
– No es del todo seguro, aunque sí probable, que el círculo exterior de piedras, señalado en fechas recientes por Souville, fuera un descubrimiento in situ; en todo
caso, en las fotografías aéreas se detecta que en la parte posterior (E) se trataba de
una acumulación de piedras del momento de la excavación.
9
En fechas recientes, Fanjul Peraza (2002: 12) ha localizado un poblado prerromano en altura en la colina de Saara, en las
cercanías del Zoco del Tenin de Sidi Yamani.
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– El bastión o plataforma ubicado frente a los dos grandes monolitos, al O, detectado por Souville en fechas recientes, y que parece reflejarse en alguna foto aérea,
no parece que fuera detectado por Montalbán.
A partir de aquí, entre 1934 y 1936 Montalbán inició la excavación interior del túmulo. La dirección tomada, una gran zanja partiendo de los menhires principales, que terminaría confluyendo con otra transversal, viene motivada por la creencia (lógica por otra
parte) de tratarse de un sepulcro de corredor. No lo era así, por lo que la hipótesis inicial
falló. En las fotografías aéreas se detecta un recinto cuadrangular en el interior, que no ha
sido mencionado en ninguna ocasión. Por otra parte, del testimonio escrito y muy superficial de Quintero, que recibió la información del propio Montalbán, se deduce la muy
posible existencia de varias tumbas, perdidas totalmente, de material lítico sobre el que
no se sabe gran cosa, y sobre todo de la existencia en el espacio central de una tumba en
cista.
En ese momento, el estallido de la guerra civil española afectó destructivamente al
monumento, en momentos nada propicios a la vigilancia. Quintero indica que en 1940 las
losas de la cista se hallaban desperdigadas por el lugar. De ellas no se volverá a saber
nada. Tarradell estudiaría el monumento, pero desde la ignorancia de toda la información.
La falta de vigilancia y de obras de consolidación y limpieza, una se efectuó en 1953 con
motivo de la visita de los arqueólogos participantes en un Congreso en Tetuán, iba a ser
particularmente evidente en la segunda mitad del siglo XX. La extracción de piedra y tierra, y más aún la erosión natural, han contribuido de forma creciente a dejar maltrecho el
monumento ante la desidia general. Ésta, la desidia, ha influido en la destrucción bastante más incluso que la tan reiterada agresiva excavación y mala dirección efectuada por
Montalbán.
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXVI (Valencia, 2006)
1
Enrique GOZALBES CRAVIOTO*
EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
(ARCILA, MARRUECOS)
A mi buen amigo Georges Souville,
como testimonio de estima y de admiración.
RESUMEN: El túmulo de Mezora es uno de los monumentos protohistóricos más importantes del Norte de África. Fue objeto de excavaciones arqueológicas en los años treinta, pero sus resultados nunca se publicaron. En 1952, en las páginas de APL, Miguel Tarradell publicó un estudio, en
el que realizaba una buena descripción del monumento, recogía algunas hipótesis, pero afirmaba
que las excavaciones no habían dado descubrimientos. Por el contrario, el testimonio del arqueólogo Pelayo Quintero, a quien el excavador dio un informe oral, y las fotografías aéreas de la época
de las excavaciones, ofrecen nuevos datos para el conocimiento.
PALABRAS CLAVE: protohistoria, tumulus, fotografía aérea, Norte de Marruecos.
RÉSUMÉ: Le monument protohistorique de Mezora (Arcila, Maroc). Le tumulus de
Mezora est un des monuments protohistoriques les plus importants de l’Afrique du Nord. Il a fait
l’objet d’excavations archéologiques dans les années 1932-1936, par C. L. Montalbán, mais ses
résultats n’ont jamais été publiés. En 1952, dans les pages de Archivo de Prehistoria Levantina,
Miguel Tarradell a publié une étude, où il effectuait une bonne déscription du monument, il rassemblait plusieurs hypothèses, mais affirmait que les fouilles n’avaient pas donné de découvertes.
Au contraire, le témoignage de l’archéologue Pelayo Quintero, auquel Montalbán a donné un rapport oral, et les photographies aériennes de l’époque des excavations offrent de nouvelles données
pour la connaissance.
MOTS CLEF: protohistoire, tumulus, photographie aérienne, Nord du Maroc.
* Facultad de Educación y Humanidades de Cuenca. Universidad de Castilla-La Mancha. Avda de los Alfares, 44.
16002-Cuenca. E-Mail: enrique.gozalbes@uclm.es
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2
E. GOZALBES CRAVIOTO
EL ESTUDIO DE TARRADELL EN APL (1952)
El conjunto monumental que estudiamos en el presente trabajo se encuentra situado a
unos 15 km en línea recta al SE de la población de Arcila, en el NO de Marruecos, en el
territorio del Zoco del Tenin de Sidi Yamani. En su estado actual constituyen los muy
maltrechos restos de uno de los principales monumentos del Marruecos antiguo, que
viene sufriendo un proceso de fortísimo deterioro. Se trata del túmulo-cromlech de
Mezora, acerca del cual el trabajo científico fundamental fue publicado, ya hace más de
medio siglo, en esta misma revista, por parte del profesor Miguel Tarradell (1952). Éste
era desde 1948 director del Museo Arqueológico de Tetuán, e inspector de Arqueología,
por tanto, responsable único del servicio de arqueología del protectorado español en
Marruecos (Gozalbes, 2003: 147 y ss.; Souville, 1993).
Los fundamentos de su estudio los mantendría reiteradamente en lo escrito acerca del
monumento de Mezora, si bien de una forma mucho más resumida, en diversas ocasiones en los años posteriores. El merecido crédito de las investigaciones realizadas por
Tarradell, unido a la aparente ausencia de otros datos complementarios, ha conducido a
que sus conclusiones fueran enteramente aceptadas, con una aparición muy marginal del
monumento en los estudios más generales sobre las tumbas protohistóricas, tanto en el N
de África en su conjunto (Camps, 1965), como en Marruecos en particular (Souville,
1968).
Varios aspectos descuellan en el estudio del monumento efectuado por Miguel
Tarradell. Por una parte, destaca su amplísima descripción del mismo, la más ajustada de
todas las efectuadas, y en la que por su mayor calidad se ha basado toda la bibliografía
posterior. Resumiendo los datos, en una clave descriptiva, el monumento de Mezora
estaba constituido en sus inicios por una colina artificial muy redondeada, formada por
acumulación de tierra y piedra, de forma circular con tendencia ligeramente oval, con un
diámetro de 58 m E-O y 54 m N-S, con una altura máxima en el centro de unos 6 m.
Alrededor de la colina existen toda una serie de menhires o monolitos de piedra “bastamente tallados”, según la expresión utilizada por el propio Tarradell, que son por lo
general de medio metro de altura (en realidad la altura de los mismos es algo mayor),
aunque hay algunos más elevados, como el denominado por los lugareños El Uted (“el
pico”), de casi 6 m de altura, y situado cerca de otro de unos 4 m. Por último, la circunferencia de la colina se apoya sobre hiladas superpuestas de piedra arenisca, idéntica a la
de los monolitos (de la misma cantera), pero bastante bien cortada en bloques rectangulares.1
1
En el Museo Arqueológico de Tetuán todavía hoy se conserva una maqueta del monumento de Mezora realizada hacia
1933 y de la cual nos habla Pelayo Quintero (1942: 13): “en el centro de la sala hay una maqueta, reconstrucción del cromlech de Mezora (principal monumento megalítico de la Mauritania) aún no terminado de estudiar y que guarda analogía
con otros descubiertos en las islas Canarias”. Vid. fig. 1.
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Junto a la descripción del monumento destacan otros aspectos recogidos por Tarradell
y que han pasado después de forma reiterada a la bibliografía especializada. A nuestro juicio, algunos de estos datos han sido más acertados, como es el caso de la cronología aproximada de la construcción, su posible relación con la tumba de algún régulo indígena
antiguo, o también la hipótesis de relación del lugar con la tumba atribuida al gigante
Anteo en la propia antigüedad. Por el contrario, otras cuestiones expuestas por el autor,
como veremos más adelante, son mucho más problemáticas, cuando no directamente
erróneas, y que vinieron motivadas fundamentalmente por un hecho: Tarradell no utilizó
la bibliografía anterior sobre el monumento (aunque conociera su existencia). Este hecho
condujo a que, aparte de una hipotética medición (puesto que esos datos podían también
estar en el Museo de Tetuán), su conocimiento fuera superficial en algunos aspectos aunque ciertamente experto (fig. 1).
La bibliografía sobre el monumento de Mezora es muy considerable, si bien la comprobación de la misma permite concluir que poca de ella aporta realmente algo nuevo,
siendo meramente repetitiva en algunos datos (puede verse recogida, hasta la fecha de
esta publicación, en Souville, 1973: 33-35). En la mayor parte, la literatura se ha reducido a una descripción del monumento tal y como se podía observar en el momento concreto, y en fechas más recientes a la mera reproducción de las conclusiones alcanzadas
Fig. 1.- Vieja fotografía de la maqueta del monumento de Mezora,
realizada antes de su excavación. Museo Arqueológico de Tetuán.
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4
E. GOZALBES CRAVIOTO
por Tarradell (en última instancia, Fanjul Peraza, 2002: 13-14). Prácticamente, ninguna
de las numerosas incógnitas planteadas desde el principio han podido tener respuesta.
Tres hitos podemos considerar en las referencias sobre Mezora: las primeras observaciones efectuadas a partir del siglo XIX; las excavaciones de los años treinta, que alteraron bastante el monumento; finalmente, la publicación de Tarradell que, con todas sus
limitaciones, ha sido la fuente de conocimiento básico. Después, en especial desde los
años sesenta, el monumento de Mezora ha sufrido un proceso paulatino de destrucción
ante el desinterés generalizado, unas veces por acción humana, otras muchas por la erosión natural. La misma ha producido en ocasiones la aparición de algunos débiles indicios de nuevas estructuras, según el monumento se ha ido deteriorando.
LA TUMBA DE ANTEO: ALGUNAS CITAS ANTIGUAS
Como señalara Tarradell, muy probablemente la tumba ya fue abierta en la antigüedad
clásica, y ello quizás alteró algo su hipotética estructura interior. De hecho, aunque
Schulten (1949: 74-75) ya se había interesado por el episodio de la apertura de una monumental tumba antigua por parte del general romano Sertorio a raíz de su estancia en la
región de Tingi, fue Tarradell quien de forma más acertada puso en relación este mismo
episodio con la existencia del monumento de Mezora. Partió para ello de una observación: Mezora es la tumba antigua más espectacular del N de Marruecos, y sería difícil que
no quedaran vestigios de aquella que llamó la atención como tumba atribuida al gigante
Anteo. La historiografía más tradicional, representada por ejemplo en la Historia de
Tangere de Fernando de Menezes, consideraba que la tumba de Anteo estaba situada
junto a la propia ciudad, en Tanya Balia (“Tánger el viejo”), colina sita al E de la misma.
El texto básico acerca de este curioso episodio de la antigüedad es, sin duda, el de
Plutarco quien afirma que el general romano Sertorio, en el contexto de las guerras civiles romanas (año 81 a. C.), pasó al N de la Mauritania, a la tierra de Tingi, a luchar a favor
de uno de los bandos locales aquí enfrentados. En la zona de Tingi, sin mayores precisiones en el texto, le indicaron la existencia de una monumental tumba donde estaría
enterrado el gigante Anteo, a quien atribuían la fundación de la ciudad. No dando crédito a la opinión de los habitantes, Sertorio habría mandado abrir el sepulcro y, según decían, se había encontrado con un cadáver de 60 codos, por lo que sacrificando víctimas
como expiación volvió a cerrar la tumba con todos los honores (Plutarco, Sert., 9).2 La
fuente de información utilizada fue, probablemente, los escritos del rey mauritano Iuba
II, que menciona algo más tarde. Los mecanismos de la propaganda en este episodio, ini-
2
El texto y traducción puede verse en Schulten, 1937, 166 edición y 349 traducción.
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EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
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cialmente de Sertorio al respetar con piedad los despojos, y después de Iuba II al relatar
los hechos que afectaban a un antecesor, pudieron afectar en la correcta transmisión del
suceso.
También el escritor romano Tanusio Gémino recogió una versión muy similar acerca
de este suceso: en la región de Lynx (Lixus) se encontraba la sepultura del gigante Anteo,
en el cual Sertorio descubrió un esqueleto de 60 codos, que mandó volver a enterrar
(Estrabón XVII, 3, 8).3 En este caso vemos una plena coincidencia en los datos, con tan
sólo una falta de sintonía en el nombre del lugar donde se hallaba la monumental tumba.
El supuesto esqueleto de 60 codos, es decir unos 40 m, muestra tanto en un caso como
en otro la alteración de lo que debía referir la cifra, que era las dimensiones de la tumba
(en realidad son algo mayores).
Finalmente, también en la obra de Pomponio Mela, al hablar de la Mauretaniae exterior (la Mauretania atlántica) se menciona la tradición de que aquí había reinado el
gigante Anteo, y que, como prueba de esta afirmación, mostraban una colina de escasa
altura donde tenían la imagen (o bien imaginaban) de un hombre tumbado y que decían
era su tumba: Hic Antaeus regnase dicitur, et (signum quod fabulae prorsus) ostenditur
collis modicus resupini hominis imagine iacentis illius, ut incolae ferunt, tumulus (Mela
III, 10).4
Es cierto que en lo que respecta a la interpretación del texto podría existir una cierta
confusión en lo que se refiere a si la colina, de escasa altura, tenía la forma o no de un
personaje tumbado. Como señaló Carcopino, que no identificó la tumba con la de
Mezora, es significativo que Mela no mencione este hecho al hablar de Tingi, sobre su
fundación y el recuerdo supuesto de Anteo, y sí en el libro en el cual habla de la
Mauritania atlántica (Carcopino, 1943: 68). Ello indica que la tumba no se hallaba en el
territorio estrictamente tangerino sino en otro externo, aunque no muy lejano, condición
que cumple a la perfección el monumento de Mezora.
Estos textos de la antigüedad muestran varios hechos, al menos a partir de la aceptación de la identificación con Mezora del sepulcro explorado por Sertorio. La tradición de
una tumba real, identificada con la de Anteo como un gran rey del pasado. La exploración realizada por Sertorio en un lugar en el que no existe contradicción toponímica,
puesto que Lixus (como ciudad principal) era la zona donde se hallaba la tumba, y Tingi
era nombre no sólo de ciudad capital sino también de todo el territorio (la posterior provincia romana de Mauritania Tingitana). Igualmente se documenta el interés de Sertorio
por efectuar la exploración del sepulcro, y también la voluntad final de congraciarse con
3
4
El texto griego y traducción francesa en Roget, 1924: 26, que sigue la lectura en el manuscrito del nombre de Gabinio,
totalmente desconocido, en lugar del de Tanusio Gémino. Vid. García Moreno, 1995, que restituye el nombre de Tanusio
Gémino, a partir de otros manuscritos, aunque se extiende en demasía en la contradicción, sólo aparente, acerca del lugar
de la tumba.
Texto latino y traducción francesa en Roget, 1924: 28-29. Vid. sobre esta descripción, Gozalbes, 1995.
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E. GOZALBES CRAVIOTO
los mauritanos enterrando de nuevo los despojos que en la tradición posterior pasarían
por ser de un tamaño descomunal.
No obstante, a partir de la conquista romana las fuentes van a guardar silencio acerca
de la gran tumba de Mezora. En la lista de topónimos del geógrafo Ptolomeo nada en concreto permite suponer su identificación con alguno de ellos. Plinio habla de forma relativamente extensa del territorio tingitano, extendiéndose en la mención de sus ciudades y
sobre la conquista romana. Al tratar de Tingi y de Lixus (Plinio, NH. V, 1-5) menciona la
fundación de la primera por parte de Anteo, y el carácter regio de la segunda, por haber
estado allí ubicado el palacio de Anteo, pero ni en un caso ni en el otro se menciona la
tumba.
También otro escritor posterior, Solino (Coll. Rer. Mem. 25), menciona Tingi y dice de
ella: primus auctor Antæus fuit; en lo que respecta a Lixus afirmaba: ubi Antæi regia, qui
implicandis explicandisque nexibus humi melius sciens, velut genitus matre terra, ibidem
Herculi victus est. La mención de Lixus como lugar del combate hubiera justificado citar
el sepulcro, pero los cierto es que ambos escritores silenciaron su existencia, al tiempo
que desconocieron la exploración de Sertorio.
En época romana por la planicie en la cual se encuentra el monumento de Mezora,
como ya intuyera Tissot en 1878, pasaba una vía de comunicación. Sin embargo, las prospecciones de Tarradell, primero, y de Ponsich, después, no lograron localizar restos romanos en las cercanías del túmulo. Parece claro que su territorio más próximo permaneció
sin ocupar, como un espacio sagrado en el mundo indígena. En todo caso, en los datos
de la Tabula Peutingeriana, mapa de caminos del imperio romano, en este punto restaurado a partir del Geógrafo Anónimo de Ravena (III, 11), René Rebuffat ha indicado la
verosímil identificación del topónimo Gigantes con Mezora. El nombre de Gigantes
encajaría bastante bien con los grandes monolitos relacionados con el monumento funerario que estudiamos (Rebuffat, 2000: 895 y en otros trabajos anteriores).
El monumento no aparece citado en las fuentes árabes medievales, ni tampoco está
presente en los relatos de los viajeros europeos por el reino de Fez en la Edad Moderna.
Por el contrario, sí hay un párrafo en las crónicas portuguesas que nos habla de la llegada hasta el mismo de las tropas lusitanas, y que constituye la primera descripción del
monumento. En una correría realizada desde la plaza de Arcila, ocupada en 1471, los soldados portugueses descansaron a la sombra del gran menhir que la crónica menciona
como Pedra Alta, y que se indica visitado en múltiples ocasiones por el cronista: “está
dereita para cima, que parece ser metida á mâo; e de grosura de um tonel e vai afusada e
dereita; o que está em cima da terra sao trinta e cinco ou treinta e seis palmos. Eu estive
muitas vezes ao pé dela a cavalo, e com ua lança de vinte dous palmos que eu costumava a trazer... Multas vezes preguntei a mouros antigos que diziao dela e nunca me satisfazerao; o que dela sospeito parece ser algum juramento ou pazes feitas por algunos reis
antiguos, e por memoria forao metidas duas, e outra está caida dela que, ainda que está
cubierta de terra, descobre mais de trinta pés, e ad derredor delas, um tiro de pedra, vao
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EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
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outras postas á mao, muito mais piquenas, que parecen testemunhas” (Bernardo Rodrigues, 1915: 273-274).
EXPLORACIONES EN EL SIGLO XIX
En todo caso, el primero que en fechas más recientes mencionó el monumento en sus
escritos, y realizó un estudio acerca del mismo, fue el viajero inglés Arthur Coppell de
Brooke (1831: 35 y ss.). Su descripción del monumento, tal y como se conservaba en la
época en la que visitó el lugar, resulta preciosa para el conocimiento, en especial en lo
que se refiere a algunos detalles del mismo. El viajero comparaba el monumento de
Mezora con los de Gran Bretaña, con los que observaba una fortísima similitud, considerando que debían ser de la misma época y, quizás, realizados por un mismo pueblo.
Coppell de Brooke ya detectó que la colina redondeada era artificial, que estaba rodeada por una serie de bloques de piedra, que entonces consideraba que estaban relativamente bien conservados, de los que contó un total de 90. Pudo observar en la parte sur
del monumento dos pilares de forma redondeada, cuya posición en paralelo asemejaba
una entrada, y en uno de ellos pudo observar un dibujo formado por líneas entrelazadas,
mismo dibujo que vio en otro de los bloques del cinturón de monolitos.
También es particularmente importante que Coppell de Brooke, en su visita que realizó hacia 1830, pudiera percatarse de un hecho muy poco tenido en cuenta después: el
monumento de Mezora no es sino el centro de otras manifestaciones megalíticas que
están presentes en la zona. Así al O detectó la existencia de un monolito derribado con la
extremidad tallada para asemejar la cabeza humana; varios cientos de metros más lejos
en la misma dirección encontró otro grupo de 6 menhires también tirados por tierra, y
otros dos de pie pero uno de ellos roto; uno de esos monolitos tenía una serie de agujeros circulares que parecían formar cierta trama de dibujo.
Prescindiendo de otros viajeros posteriores, que no aportaron novedades al conocimiento, unos 45 años más tarde visitó Mezora el cónsul francés en Tánger, verdadero creador de la arqueología de Marruecos, Charles Tissot. A su juicio el gran monumento de
Mezora se hallaba en la llanura que atravesaba la ruta romana que unía Tingi con
Tocolosida. El gran túmulo tenía una altura entre 6 y 7 m, y con una circunferencia de un
centenar de pasos, flanqueado al O por un grupo de menhires del cual el principal medía
6 m, y rodeado por su base, en las 3/4 partes de su circunferencia, por un cinturón de piedras de un metro de altura media. Pero constataba que tan sólo quedaban 40 monolitos
de los 90 contados por el viajero inglés: “il est donc probable que la circonférence tout
entierre du barrow de Mzôra était bordée par ces pierres, celles qui manquent ont été
employées par les habitants du douar voisin de Mzôra à la construction de murailles de
clôture” (Tissot, 1877, 178-179).
Tissot señalaba que los dos bloques redondeados, uno de ellos con dibujo, que había
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E. GOZALBES CRAVIOTO
señalado el viajero inglés ya no estaban en el lugar, que el menhir principal, que llamaban los lugareños El-Uted (“el pico”) tenía unos 6 m de altura, y finalmente confirmaba
la constatación efectuada por su antecesor: “le groupe que nous venons de décrire n’etait
que le centre d’un ensemble de monuments beaucoup plus considerable, car on remarque
au nord et au sud-ouest du tumulus, sur une étendue de 400 a 500 pas, une cinquantaine
de menhirs, couchés ou encore debout”.
El grupo más importante, a unos 80 pasos al SO del túmulo, se componía de un monolito tumbado y roto en 3 trozos, y una veintena de otros fragmentos. En otros lugares, en
especial al N del túmulo, volvían a existir grupos de menhires, la mayor parte de ellos
tumbados. En su estudio de 1952 Tarradell mencionaba la existencia de estos grupos de
menhires, uno a unos 150 m al N del túmulo, y otro a 50 m al NO del mismo.
El lugar, divulgado por estos escritores, comenzó a ser objeto de atención y de una
cierta curiosidad en esa misma época. Así el vicecónsul español en Larache, Teodoro de
Cuevas y Espinach, siempre interesado por la Historia y el Arte del territorio, visitará
Mezora hacia 1880, en una época en la que el viaje por esta zona constituía una auténtica aventura. Habla de Mezora (a la que nombra como el Uted), y comete diversos errores en sus apreciaciones: “en torno a un montecito de tierra perfectamente circular y de
unos veinte metros de diámetro se encuentra un ruedo hoy incompleto de piedras cónicas, cuya forma trae involuntariamente a la imaginación el recuerdo de los antiguos
monumentos druidicos. La piedra principal, que se encuentra a la parte de poniente, tiene
unos cinco metros de altura, por uno de diámetro. Esta es la que llaman el Uted. Las
demás son pequeñas” (Cuevas, 1883: 168).
Al margen de los evidentes errores en las dimensiones, y de no terminar de afirmar
que el montecito de tierra era artificial, es evidente que Cuevas estaba muy al margen de
los datos sobre los monumentos prehistóricos, esos “druidicos” que cita. En todo caso, en
el terreno de la anécdota, rechazaba la leyenda local acerca de que el terreno en la cúspide se tragaba los animales que por allí pasaran: “hemos estado a caballo con seis o siete
amigos en aquel mismo sitio, sin haber experimentado percance alguno... probable sería
que si se practicase una buena excavación en el centro del referido montecito, probable
sería que se descubriesen restos de algún antiguo monumento”.
EXPLORACIONES EN EL SIGLO XX
En los comienzos del siglo XX Mezora volverá a atraer la atención de escritores, aunque no aportarán nada nuevo a lo escrito por Coppel de Brooke y por Tissot. La instauración del protectorado español en Marruecos, en 1912, se vio acompañada mucho más
tarde por la iniciación de la investigación arqueológica, ya en los años veinte, sobre todo
debido a la inseguridad. Así, de Mezora se ocupará de una forma muy somera el militar
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Antonio Blázquez y Delgado-Aguilera (1913: 16 y ss.), no aportando prácticamente nada
nuevo al respecto, más allá de su integración en el modelo de grandes tumbas prehistóricas de Andalucía. Mayor importancia relativa tendrá más adelante la descripción y estudio realizado por Angelo Ghirelli, un italiano que realizó sus estudios en el N de Marruecos: “estos vestigios, cuya investigación se ha empezado, permiten suponer una línea
de civilización megalítica a lo largo de las costas atlánticas... y permite la creencia de que
ha existido una civilización atlante que se ha desarrollado durante el periodo neolítico”
(Ghirelli, 1942: 184; 1930: 192-195).
Los datos conocidos en la época, y transmitidos, mostraban ya que el túmulo se componía de una colonia artificial, de unos 6 m de altura y 58 m de diámetro (de E a O, y 54
de N a S). Estaba rodeado de una gran cantidad de monolitos de formas diferentes, pero
trabajados en sus formas por la mano humana. Poco más estaba al descubierto en 1932,
como vemos en las fotografías que se realizaron hasta esa fecha. Las fotografías anteriores a 1932 se centran, especialmente, en el famoso menhir de más de cinco m de altura,
conocido como Uted por los lugareños. No obstante, marcan la existencia de una colina
perfectamente alisada, cubierta de hierba, y en torno a la que aparecían algunos rastros
derribados del círculo de menhires. Lo vemos perfectamente en esta fotografía de poco
antes de 1930 (fig. 2), y en la cual ya se detecta el rebaje artificial de la piedra, y el curioso agujero, no muy profundo, en una de sus caras.5
El P. Koehler, infatigable estudioso de los restos prehistóricos de Marruecos, fue uno
de los últimos especialistas que visitó Mezora en 1931, justo antes del inicio de los trabajos en el lugar. Realizó una somera descripción del túmulo, tal y como se podía observar
en ese momento. Como casi todos se fijó de una manera muy especial en el gran menhir
de unos 5 metros de altura; a su lado, semiderribado, aparecía un segundo monolito también de grandes dimensiones, que tiene en torno a los 4 m. En la fotografía efectuada por
el religioso (fig. 3), en la que aparece un personaje a caballo, podemos vislumbrar esos dos
menhires y el arranque de la colina artificial todavía sin abrir (Koehler, 1932).
El mismo Koehler destacaba que algunos de los monolitos que rodeaban el túmulo
presentaban señales de círculos piqueteados, una cuestión que había pasado desapercibida pero que ya había sido reflejada en el siglo XIX por los autores mencionados anteriormente. Este hecho, nuevamente, no fue más tarde destacado por parte de Tarradell, y
debemos esperar a las observaciones de Georges Souville para volver a verlo reflejado:
“certains de ces monolithes présentent des cupules plus ou moins profondes et régulières; si quelques-unes peuvent éter dues à l’erosion ou à l’action des bergers, d’autres sont
sas doute plus anciennes” (Souville, 1973: 33).
5
Fanjul Peraza, 2002: “tiene un agujero artificial de 20 cms en su superficie, que se va estrechando a modo de embudo”.
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Fig. 2.- El gran menhir de Mezora visto desde la colina del túmulo todavía intacta. Cerca del mismo,
a la derecha del espectador, el segundo gran menhir derribado. Fotografía de 1930.
Fig. 3.- Fotografía realizada por H. Koehler en 1931 del gran menhir.
Por detrás asoma el segundo en lo referido a dimensiones.
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Dichos agujeros circulares, muy probablemente, no son recientes, pero tampoco necesariamente tienen por qué ser del momento mismo de la construcción del monumento.
Para identificar su motivación, con toda probabilidad, haya que recurrir al testimonio del
ya mencionado Pomponio Mela, geógrafo romano del siglo I. Al tratar de la pretendida
tumba de Anteo en el N de Marruecos señalaba lo siguiente: unde ubi aliqua pars eruta
est, solent imbres spargi, et donec effossa repleantur, eveniunt.6 Es decir, que en la antigüedad existía la creencia de que si se hacía un agujero caían las lluvias y que las mismas continuaban hasta que los agujeros eran cubiertos. Así pues, los agujeros circulares
de algunos de los monolitos tumbados en la zona puede que estuvieran en la antigüedad
en relación con actividades propiciatorias en relación con la lluvia, en una actividad antigua pero posterior a las motivaciones reales de construcción del monumento.
El P. Koehler fue el primero que, además de lo anteriormente recogido, señaló la presencia en los alrededores del monumento de una industria lítica en sílex relativamente
abundante. Años más tarde Tarradell identificó la existencia de una estación de superficie en los alrededores del monumento, donde aparecían numerosos sílex tallados, que
identificó como pertenecientes al Ateriense (Paleolítico superior africano), al Iberoamauritano (Epipaleolítico) y al Neolítico (Tarradell, 1955: 379; Tarradell, 1956: 266).
Por su parte, M. Ponsich señalaba la existencia al N del túmulo de tres talleres de fabricación de piezas de sílex, pero sin clasificar la industria aquí existente.
En el Museo de Tetuán, procedente de Mezora, hay una industria de lascas muy poco
típica, en la que tan sólo destacan algunas piezas, en concreto, una buena raedera en sílex
marrón, dos o tres puntas, algunas láminas y laminillas, elementos denticulados, un hacha
de mano bifacial en cuarcita, y una punta pedunculada en sílex.7 Y en fechas más recientes, Alfonso Fanjul ha realizado prospecciones en el territorio, localizando yacimientos
de sílex tallados, que clasifica de finales del Paleolítico medio e inicios del Paleolítico
superior (Fanjul Peraza, 2002: 11). La explicación de la existencia de todas estas estaciones se encuentra en que en la zona se producen importantes afloramientos de sílex que
fueron aprovechados en momentos muy diversos.
LAS EXCAVACIONES DE MONTALBÁN (1932-1936) Y SUS RESULTADOS
Con el establecimiento de la Segunda República en España se diseñó un plan de excavaciones en el protectorado del N de Marruecos. Mezora se iba a convertir en una especie de buque insignia de la investigación española en su territorio colonial. En realidad,
6
7
MELA III, 10.
Estudio de los fondos del Museo Arqueológico de Tetuán efectuado por nosotros, con autorización del Servicio de
Arqueología de Marruecos, en julio de 1980. El material, tanto en exposición como en los fondos, se encuentra muy seleccionado, lo cual dificulta ciertamente el estudio.
—333—
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E. GOZALBES CRAVIOTO
parece poco dudoso que detrás de la actividad existía un nada disimulado interés por
hacer “visitable el monumento”. De hecho, la apertura de la pista hasta el mismo se realizó con fondos destinados a turismo, y esta documentación refleja el interés por integrar
Mezora en el futuro desarrollo turístico.
La exploración inicial realizada en la zona del monumento permitió, entre otras cosas,
identificar la cantera de los menhires, como vemos en una referencia: “el campo sagrado
del poblado de Suahel con sus ringleras, cromlech y tumba; la cantera de donde se sacaron los menhires de Suahel” (Quintero, 1941: 38, a partir de un informe de Montalbán).
La mención a las ringleras nos indica aquello que se encontraba en la concepción de
Montalbán: próximo al monumento se hallaba un alineamiento de menhires, algunos de
los que aparecen dispersos en las cercanías. Dicha reconstrucción aparece reflejada en la
maqueta del monumento existente en el Museo Arqueológico de Tetuán (fig. 1).
Los trabajos efectuados en Mezora iban a suponer una amplísima remoción de tierras.
El comienzo de los mismos lo conocemos por un comentario de Pelayo Quintero, acerca
de que se produjo en el año 1932, y que corrieron a cargo de los fondos de la Alta
Comisaría (Quintero, 1941: 9), es decir: de la autoridad colonial. Este propio hecho
marca una actividad excepcional, por cuanto la arqueología se desarrollaba a partir de los
muy exiguos presupuestos que entonces tenía asignados la Junta de Monumentos
Históricos y Artísticos del Marruecos español.
La excavación realizada por el Asesor Técnico de la Junta de Monumentos, César Luis
de Montalbán, que había realizado previamente excavaciones en Tamuda y Lixus, fue
muy poco afortunada. De hecho, basta con revisar la bibliografía para observar el desprecio más aparatoso acerca de sus actividades; Montalbán era un personaje muy peculiar, que a partir de 1945 pasaría en Tánger (ciudad internacional) a desarrollar las excavaciones de la sociedad local de Historia y Arqueología. Es muy difícil defender su labor,
sobre todo en el contexto de los resultados alcanzados. En una época en la que no existía en España la arqueología profesional, Montalbán se calificaba a sí mismo como artista, y se embarcó en un proyecto que lo superaba ampliamente, pese a su entusiasmo de
aficionado. Aún y así, las circunstancias fueron principalmente, como veremos, las que
realmente influyeron negativamente incluso más que su propia impericia.
Montalbán no redactó, que sepamos, ningún informe escrito acerca del túmulo y del
desarrollo de las excavaciones. No lo hizo en ese momento ni tampoco lo haría años más
tarde. Los intentos que hemos realizado, no exhaustivos es cierto, por buscar documentación no han conseguido el éxito pretendido. Por esta carencia documental, aparte del
destrozo (progresivo) del monumento, lo único que ha pasado a la bibliografía especializada es el comentario de Miguel Tarradell acerca de la excavación del monumento: “en
los años 1935-1936 Montalbán realizó una excavación en el túmulo, abriendo una gran
zanja transversal que se bifurca y limpiando de tierra la parte central. Aunque nada hay
escrito sobre estos trabajos, parece que no se realizaron hallazgos” (Tarradell, 1953: 17;
1954:11).
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EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
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Estas observaciones se han repetido más adelante, reiterando el error parcial de la
fecha, y el muy evidente de la inexistencia de hallazgos en el interior del túmulo. Así,
para Michel Ponsich: “les fouilles entreprises en 1935 n’ont donné aucun resultat et
aucun compte rendu n’en a été fait” (Ponsich, 1966: 474). Y para Souville: “fit l’objet de
fouilles en 1935 et 1936. Celles-ci furent conduites par L. De Montalban qui n’a malheureusement laissé aucune publication” (Souville, 1973: 33), datos todos ellos que no
hacen sino reiterar las afirmaciones de Tarradell.
Los datos que se recogen, a partir de Tarradell, no son del todo exactos: por ejemplo,
en lo que se refiere a las fechas, hemos visto más arriba como realmente las excavaciones se iniciaron algunos años antes, en concreto en 1932, y de hecho (como veremos) en
enero de 1935 estaban relativamente avanzadas. A falta de informes más o menos concretos, buena parte de nuestro estudio sobre la excavación se realizará a partir de los testimonios gráficos, por cuanto es totalmente cierto que Montalbán no dejó ningún escrito
conocido al respecto de estas actividades.
En todo caso, la excavación realizada por Montalbán presuponía la existencia de un
corredor, de acuerdo con el modelo de las tumbas dolménicas españolas. No era nada
extraño, y esto era lo que podía motivar la gran zanja, en busca del punto central, que
refleja Tarradell. Por otra parte, en el testimonio de Pelayo Quintero, que no estuvo presente en la excavación pero sí que habló con Montalbán en 1939, se partía de la opinión
recogida ya por Tissot, y después por otros escritores, acerca de que el túmulo debía tener
en su interior un corredor, razón por la que según Quintero: “desde el menhir de cinco
metros y pico de altura que forma el frente, se abrió un foso o zanja de varios metros de
anchura, con el objeto de poner al descubierto lo que había construido en el centro”
(Quintero, 1941: 35-36).
Por tanto, era una decisión estudiada la de dar con dicho corredor, partiendo para ello
del hipotético punto de entrada que suponía el gran menhir. Esta decisión técnica opinable, pero que ciertamente chocó en su desarrollo con una estructura inesperada, es la que
marca el inicio fundamental de la cadena de los errores.
En realidad la excavación efectuada por Montalbán, a la luz de las fotografías aéreas
tomadas en aquellos años, no estuvo exenta de sentido y de una dirección relativamente
correcta, que es mucho más difícil de seguir con posterioridad, por la triste fortuna del
monumento, pero también por los comentarios críticos, en alguna parte excesivos, de
Miguel Tarradell, que hizo bien poco por documentarse acerca de lo realmente acaecido
en el lugar. Sin duda, Tarradell quiso marcar distancias desde la arqueología profesional
ante lo que opinaba era un descrédito en relación con los investigadores extranjeros que
se interesaban por Mezora.
Entre los años 1932 y 1934 Montalbán limpió el circuito del túmulo, dejando perfectamente al descubierto todo el círculo de monolitos que poseía. Pudo así, por vez primera, contarlos y fue él quien detectó que sumaban 167 en total, es decir, casi el doble de lo
que había visto el viajero inglés de 1830. También en buena parte del círculo se detecta—335—
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ba la existencia de un enlosado muy cuidado,8 muy perceptible en las fotografías aéreas,
y todavía visible en esta fotografía obtenida por nosotros en julio de 1979 (fig. 4).
Por otra parte, en todas las fotografías aéreas efectuadas en los años en que se realizaron las excavaciones se detecta, exterior al monumento, un círculo de piedras acumuladas. Más adelante volveremos sobre esta cuestión, a partir de alguna propuesta reciente de interpretación.
También las excavaciones de 1932-1936 hicieron que en algunos puntos del circuito
se pudiera detectar la existencia de un muro de contención. La actividad de Montalbán
permitió “dejar a la vista los sillares que forman el muro circular” (Quintero, 1941: 35),
o como también se dice en otro lugar, “entre los menhires y el túmulo hay un sólido muro
de grandes piedras unidas con barro y que forman un cerco uniforme y perfectamente
hecho para contener la tierra del montículo” (Quintero, 1941: 9). Precisamente este círculo de sillares, dejado al descubierto por Montalbán en las excavaciones, es el que ha
permitido después una datación mucho más adecuada del monumento.
En efecto, la gran aportación realizada más adelante por Tarradell al estudio de
Mezora se centró, sin duda, en detectar la cronología muy tardía del monumento, conclusión a la que llegó a partir del círculo de sillares. Contra todos los que habían escrito
de Mezora hasta ese momento, que apostaban por su cronología prehistórica, Tarradell
apuntaba que pese a la rusticidad debía datarse en los siglos anteriores al cambio de Era:
“alrededor del túmulo, para evitar la dispersión de las tierras de su base, hay un zócalo
de sillares” (Tarradell, 1952: 237-238).
A nuestro juicio el paramento de sillares, en algunos de los puntos visibles, es muy
determinante, para marcar la cronología del monumento (fig. 5). En efecto, en alguno de
sus tramos, la excavación de Montalbán dejó al descubierto un paramento cuya composición de losas es muy similar a la existente en construcciones púnicas de Lixus, pero
también en Tamuda, lo cual señala una cronología de construcción en torno al siglo IV a.
C., como muy tarde siglo III a. C., como producto del impacto cultural púnico en un
medio indígena (Gozalbes, 1981).
Este hecho permite señalar que, sin duda, Mezora es un monumento funerario construido para algún rey indígena en torno a esa fecha. Debemos tener en cuenta que en la
última década del siglo III a. C. la Mauritania occidental, en el marco de la segunda guerra púnica, aparece ya organizada bajo una monarquía, la del rey Baga que regía sobre
los mauri o indígenas del África atlántica.
Este hecho significa que, en una concreción a hipótesis más verosímil, la tumba de
Mezora o bien perteneció a uno de los miembros de esa dinastía, en especial al fundador
de la misma (lo que encajaría muy bien con su identificación con Anteo), o es de los régu-
8
Sobre el mismo llamó también la atención M. Tarradell. Aparte de su artículo monográfico sobre el túmulo, por ejemplo
en su conferencia de 1950, “Marruecos antiguo a través del Museo Arqueológico de Tetuán”, “unas losas perfectamente
encuadradas que forman la base del túmulo en su parte externa...” (Tarradell, 1950: 17).
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EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
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Fig. 4.- Enlosado muy cuidado del monumento junto a los monolitos.
los de territorios más concretos precedentes de la monarquía unificada. Debe tenerse en
cuenta la espectacularidad del monumento que exige una dedicación a su construcción de
mucha gente durante bastante tiempo.
Volviendo a las excavaciones de los años treinta, el volumen de los trabajos realizados
por Montalbán fue muy considerable y la labor importante en la limpieza del circuito. A
continuación, en el mismo año 1934, Montalbán inició la campaña de apertura del túmulo. Para ello, partiendo de la hipótesis de la existencia de un corredor, abrió una fuerte
zanja partiendo del punto indicado por el gran menhir. Dicha zanja se entrecruzaba con
otra abierta en un sentido lateral. Se conservan diversas fotografías aéreas, todas ellas de
fechas muy similares, pero desde unas posiciones diferentes y que nos ofrecen algunos
datos coincidentes acerca de la ejecución de la excavación arqueológica.
La primera de ellas (fig. 6), desde una posición muy lejana, nos ofrece una perspectiva del gran círculo ya limpiado, con los menhires o monolitos ya identificados y exentos,
sin duda con el enlosado al descubierto, y en el túmulo se divisan ya las dos grandes zan—337—
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Fig. 5.- Mezora. Paramento de losas y sillares bien cortados. Fotografía de 1981.
jas bien conocidas (fotografía inserta en Tarradell, 1954). El trazado de la gran zanja
muestra la opinión de Montalbán acerca de que los dos grandes menhires marcarían la
entrada del monumento y, por tanto, la dirección que tendría el hipotético corredor (opinión que, por otra parte, distaba de haber tenido Tissot).
La segunda de las fotografías, que no consideramos en este caso necesario reproducir,
aparentemente pertenece a la misma serie, tomada ese mismo día, y representa otra imagen desde el lado contrario del túmulo. Se observa ya la existencia de las dos zanjas que
han llegado a cruzarse en el centro que quedaba todavía por explorar. En todo caso, en
esta fotografía aparecen unas hileras de piedras en el interior que comentaremos más adelante (Quintero, 1941: lám. I).
La tercera fotografía (fig. 7), bien conocida por los estudiosos, es la recogida en otra
de sus obras por parte de Miguel Tarradell (1952; 1953: foto 1). Se trata de una fotografía que trata de forzar el constraste en los claros y oscuros, y que el avión tomó de manera frontal en relación con el gran menhir. Sin duda, es la más clarificadora de todas las
efectuadas, lo que explica su constante reproducción. En ella se adivinan ya unos muretes de piedras en dos partes de las zanjas y que permiten albergar ciertas dudas. ¿Medida
de protección, por otra parte de nula utilidad?
Por otra parte, la fotografía muestra que ya se estaba llegando al monumento central.
De hecho, la ampliación de la fotografía en este sector central permite observar la exis—338—
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EL MONUMENTO PROTOHISTÓRICO DE MEZORA
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tencia de algunas estructuras constructivas rectilíneas, si bien de carácter impreciso. Todo
ello apunta al año de 1936 como la fecha más posible de su realización.
Por último en esta serie, otra fotografía aérea, en este caso bastante más clara (por
haberse efectuado desde una posición más vertical al monumento), es la efectuada en 1935
y que se conserva en el Centro Cartográfico y Fotográfico del Ejército del Aire. En esta
fotografía los muretes de piedra acumulada interiores son más evidentes que en otros
casos.
La documentación gráfica que hemos recogido permite, sin duda, ubicar más en sus
justos términos la agresiva excavación realizada por Montalbán. La primera parte de la
misma nos parece incuestionable, la limpieza del círculo. En todo caso, una severa duda
nos queda respecto al círculo de piedras exterior, perfectamente visible en las fotografías. Muy regular en las partes N, O y S, sin embargo en la E (a la derecha de la figura)
adapta la forma de una simple acumulación de piedras por parte del excavador.
La segunda parte de la excavación, la apertura del monumento, es sin duda discutible
pero siguiendo las normas al uso en la época, con la búsqueda del supuesto corredor. La
posible existencia de un murete interior, que parece detectarse en las fotografías, tiene sus
paralelos en el túmulo urbano de Volúbilis (Souville, 1973: 142-143). Sin duda el principal problema inicial de Montalbán fue que en el interior del monumento no se encontró
lo que esperaba.
En todo caso, los muros del interior, nunca documentados de forma científica, y la
posible complejidad del interior del túmulo, se confirman en cierta forma con una de
nuestras visitas al lugar con anterioridad a su definitivo destrozo. En 1979 en una de las
partes de la tierra que quedaba por eliminar, como producto de la erosión, apareció entre
ella y el enlosado exterior colindante con los monolitos, una serie de sillares trabajados,
aunque desgastados, que recogimos en la siguiente fotografía (fig. 9), aspectos todos
ellos que muestran hasta qué punto desconocemos muchos elementos de este gran monumento.
Mezora estaba destinado como monumento a poseer muy poca fortuna. Por un lado,
padeció una excavación discutible, aunque no tan exenta de sentido como las más de las
veces se indica. Tarradell iba a ser bastante displicente al respecto, creando una imagen
que parece definitiva: “aunque nada hay escrito sobre estos trabajos, parece que no se realizaron hallazgos” (Tarradell, 1952; 1953). La realidad no fue esta, y a poco que el gran
arqueólogo catalán hubiera buceado se hubiera encontrado con la verdad. De Tarradell ha
pasado, de forma ineludible, a Georges Souville: “un monument se trouvait peut-être au
centre” (Souville, 1973: 33). En efecto, tal y como suponía sin datos el prehistoriador
francés, también Montalbán encontró la tumba esperada en el interior.
La mala fortuna se dio también en el momento en el que se produjo este hallazgo, en
vísperas de la guerra civil española. Una breve referencia de 1935 señala que el centro
del túmulo lo que tenía era un dolmen (VVAA, 1935: 24, nota 5). Por su parte, Pelayo
Quintero recibió el informe del propio Montalbán, por lo que tiene valor este testimonio:
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Fig. 6.- Fotografía aérea del monumento de Mezora, muy probablemente de 1934.
Fig. 7.- Fotografía aérea de Mezora, probablemente de 1936.
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Fig. 8.- Fotografía aérea militar de Mezora en 1935.
Fig. 9.- Afloramiento de muro interior de sillares. Fotografía de 1979.
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“resultó, según el Sr. Montalbán, solamente una cista o caja de lajas de piedra, que hoy
yacen desperdigadas en los alrededores. No pudieron terminarse las excavaciones, a consecuencia de los sucesos derivados del levantamiento nacional, pero creemos que pronto
continuarán, dirigidos por un competente arqueólogo, y se estudiará la gran cantidad de
material lítico encontrado” (Quintero, 1941: 36).
Aparte de la ironía de Pelayo Quintero acerca del competente arqueólogo, queda claro
que se produjeron hallazgos, que en el centro había una cista formada con lajas de piedras, que en 1941 yacían desperdigadas debido a la anarquía subsiguiente al estallido de
la guerra civil española. Lajas desaparecidas más tarde, pues Tarradell ya no tuvo conocimiento alguno de su existencia. El mismo Quintero indicaba antes que los trabajos:
“hubieron de suspenderse prematuramente a causa de los sucesos políticos de julio de mil
novecientos treinta y seis, pero que dejaron descubrir algo del interior y gran cantidad de
material lítico” (Quintero, 1941: 9). Y después afirmaba: “siendo muy de lamentar que
en Msora haya desaparecido, casi por completo, la sepultura o cista que había en el centro y otras de los alrededores” (Quintero, 1941: 10).
Esta última afirmación abre una incógnita, razonable a la luz de los datos disponibles:
es muy posible que en el monumento de Mezora existieran otras tumbas junto a la indiscutible ubicada en su parte central. La complejidad de las estructuras interiores que se
adivina, en un conjunto tumular sin corredor, así parece indicarlo.
Las tumbas en cista, en este caso recubierta con un gigantesco dolmen, son características de la Edad del Bronce en el N de Marruecos. Ya bastantes tumbas de este tipo fueron detectadas por Tissot, su repartición es bastante considerable: están documentadas en
el valle del Lau (Quintero, 1941: 36-37), en el valle de Tetuán, en la zona de Tánger
(donde destaca la necrópolis mejor conocida de El Mries) (Jodin, 1964), en la zona de
Larache y en el curso del Lukus hacia Alcazarquivir (Souville, 1973: 40 y ss.). En Tánger
las cistas funerarias siguen utilizándose en el contexto de la aculturación púnica, tal y
como pudo estudiar Ponsich (1970). Así pues, el espectacular conjunto funerario de
Mezora tenía en el túmulo una simple y modesta cista, pero se adivina la existencia de
estructuras constructivas nunca estudiadas, que pudieran formar parte del complejo
monumental.
DETERIORO Y APROXIMACIONES RECIENTES
Basten estos datos como indicación de que la documentación sobre el monumento está
muy escasamente utilizada, y los datos deben completarse con bastante amplitud. Por
desgracia, el deterioro del túmulo-cromlech ha sido posteriormente muy acusado. Las
zanjas abiertas en 1934-1936 han vivido con posterioridad, en medio de la desidia, un
proceso de erosión imparable, así como una actuación no controlada para la reutilización
del material pétreo y la tierra.
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Este proceso de deterioro fue perceptible, pero algo limitado, en los años cuarenta y
cincuenta. No obstante, ya se disparó de una forma definitiva en los años sesenta. El deterioro supuso la desaparición de una parte entera (un cuarto) del túmulo que las fotografías prueban con claridad que no fue afectado por las excavaciones, lo que sólo se explica
por una extracción incontrolada de la tierra. De esta forma, en el interior del túmulo se
comenzó a formar en los años sesenta una pequeña charca, en los periodos de lluvia, que
contribuía más aún al proceso de deterioro. Lo podemos ver, hacia 1966-1967, en la
siguiente fotografía aérea (fig. 10) obtenida por Michel Ponsich (recogida en Souville,
1973: 32).
En fechas más recientes se han realizado algunas aportaciones puntuales para el conocimiento del monumento. Así en los años setenta el investigador norteamericano Mayor,
a partir de las medidas tomadas en el monumento, consideró que su forma y dimensiones
parecían responder a aspectos astronómicos (Mayor, 1976). Es ésta, la de la arqueoastronomía, una línea que ha comenzado a tener bastante atracción en los últimos años, en realidad sin aportaciones destacables para el caso que nos ocupa (Belmonte y otros, 1999).
Por otra parte, también hacia 1980 una misión prehistórica francesa en Marruecos
recibió el encargo de estudiar Mezora. Dicha misión ha publicado un muy breve informe,
en unas pocas líneas, en la que informa del derrumbe de muchos de los monolitos, de la
ruptura de una parte de los mismos, de la invasión del monumento por parte de la vegetación, y de la fortísima degradación de los cortes estratigráficos del túmulo central.
Finalmente, el informe señala, sin precisiones, que parecen existir tres grandes etapas de
construcción del conjunto (Debenath y otros, 1981-1982).
Georges Souville ha vuelto a ocuparse del monumento de Mezora también en fechas
más recientes. En este caso, ya a partir de otros testimonios antes desconocidos, ha destacado que Montalbán “aurait trouvé au cours de ses fuilles, au centre du monument, un
ciste, voir une chambre funéraire avec squelette” (Souville, 1998: 109). Los paralelos
más cercanos de este tipo de monumentos, siempre sin menhires, se encontrarían en
Karia El Abassi, señalada por Tissot, y en el gran túmulo de Beni Madan, cerca de Tetuán,
publicado de forma defectuosa por Ghirelli.
Souville ha utilizado un levantamiento de fotogrametría para observar la existencia de
otras estructuras diferentes. De esta forma, “on observe aussi une deuxième enceinte
parallèle à la première, ne s’étendant pas à toute la circonférence, notamment à l’est et au
sud. A l’ouest, cette deuxième ligne s’elargit pour former une sorte de bastion rectangulaire, de forme très regulière” (Souville, 1998: 111). A su juicio esta estructura era un altar
o plataforma exterior para actividades de culto, que tiene sus paralelos en otras muchas
construcciones tumulares norteafricanas. Finalmente, Souville destaca la existencia al
NO de una plataforma rectangular, en cuyo interior se encuentran otros menhires derribados.
Respecto a estas observaciones, ya hemos visto que el círculo referido de piedras, bastante regular excepto en la parte que justamente falta, se detecta muy bien en las foto—343—
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Fig. 10.- Deterioro del monumento de Mezora. Fotografía de Ponsich en los años sesenta.
grafías aéreas de los años de las excavaciones. En lo que respecta al bastión o plataforma exterior en la parte O, junto a los dos grandes menhires, parece confirmarse una
estructura similar a la propuesta en la figura 8. No obstante, la supuesta prolongación
separada del bastión, “un aire en forme de trapéze”, en la continuación de esta misma
fotografía se detecta muy bien que se trataba de una acumulación reciente de las piedras,
con una construcción cuadrangular (sin techo), probablemente para guardar enseres.
CONCLUSIONES
El estudio que hemos realizado, a nuestro juicio, permite completar con cierta amplitud las conclusiones obtenidas en su día por Tarradell, y que han pasado a ser communis
opinio acerca del monumento de Mezora. Al respecto del mismo aparecen pocas dudas a
estas alturas: se trata de la tumba más monumental del Marruecos antiguo. En ella se
enmarca una clara mezcla entre un curioso arcaísmo, presente en los menhires (por otra
parte, sin mucha tradición en el país), y en el tradicional enterramiento en cista, pero también de nuevos contenidos constructivos, marcados por el enlosado y por el muro de contención. Aquí encontramos, de una forma indudable, la influencia del mundo púnico irradiado desde las ciudades o factorías de la costa no tan lejana (en especial, Lixus).
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En este sentido, de ser cierta la verosímil tesis de Tarradell, los indígenas de los inicios del siglo I a. C. atribuían dicha tumba a Anteo, considerado como el fundador de
Tingi (o del país de Tingi), y como un rey existente en tiempos pretéritos. El recuerdo
permanecía de la pertenencia de este mausoleo a un importante rey del pasado. Volvemos
por ello, de forma necesaria, a los siglos IV-III a. C. como la horquilla cronológica:
Mezora fue un monumento de costosa construcción y que se encontró en relación con los
orígenes del reino de Mauritania. Sin duda, el general romano Sertorio hizo bien en buscar la reconciliación; es más, la no ocupación posterior del territorio por parte de los
romanos, pese al inmediato transcurso de una vía de comunicación, parece reflejar la continuidad de un espacio sagrado y quizás temido.9
El monumento funerario de Mezora es, sin duda, el espacio fundamental en un territorio que posee otras estructuras mucho menores, identificables casi únicamente por la presencia de menhires o monolitos. Este hecho fue bien destacado en los estudios iniciales del
siglo XIX, aparece también en alguna de las notas que se deducen de los trabajos del
entorno de los años treinta, pero no fue destacado en absoluto por parte de Pelayo
Quintero, y fue prácticamente ignorado por Tarradell. No obstante, este hecho ha vuelto a
ser detectado en el estudio más reciente realizado por una misión arqueológica española.
Los datos que hemos recogido, no tenidos en cuenta hasta ahora, de los escasos informes que pudo recabar Pelayo Quintero en 1939, y sobre todo las fotografías aéreas de los
años treinta, creemos que aclaran, en la medida de lo posible, la excavación efectuada por
César Luis de Montalbán. La misma no fue tan carente de sentido como se repite en
diversas ocasiones. Aparte de la identificación previa de la cantera, ubicada a escasos
kilómetros del lugar, y de algunos alineamientos de menhires, en 1932 se inició el proceso arqueológico mediante la limpieza del círculo. Esta fue indudablemente la parte más
exitosa y en la que hubiera sido deseable que se hubieran detenido entonces las actividades. Dicha excavación sacó a la luz:
– El círculo de monolitos o menhires, con evidentes señales de trabajo humano, y
que alcanzaban la cifra de 167.
– Un cuidado enlosado anexo a los monolitos, al menos presente en una buena parte
del circuito.
– El muro de contención de las tierras del túmulo, con un paramento que evidencia
la influencia púnica.
– No es del todo seguro, aunque sí probable, que el círculo exterior de piedras, señalado en fechas recientes por Souville, fuera un descubrimiento in situ; en todo
caso, en las fotografías aéreas se detecta que en la parte posterior (E) se trataba de
una acumulación de piedras del momento de la excavación.
9
En fechas recientes, Fanjul Peraza (2002: 12) ha localizado un poblado prerromano en altura en la colina de Saara, en las
cercanías del Zoco del Tenin de Sidi Yamani.
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– El bastión o plataforma ubicado frente a los dos grandes monolitos, al O, detectado por Souville en fechas recientes, y que parece reflejarse en alguna foto aérea,
no parece que fuera detectado por Montalbán.
A partir de aquí, entre 1934 y 1936 Montalbán inició la excavación interior del túmulo. La dirección tomada, una gran zanja partiendo de los menhires principales, que terminaría confluyendo con otra transversal, viene motivada por la creencia (lógica por otra
parte) de tratarse de un sepulcro de corredor. No lo era así, por lo que la hipótesis inicial
falló. En las fotografías aéreas se detecta un recinto cuadrangular en el interior, que no ha
sido mencionado en ninguna ocasión. Por otra parte, del testimonio escrito y muy superficial de Quintero, que recibió la información del propio Montalbán, se deduce la muy
posible existencia de varias tumbas, perdidas totalmente, de material lítico sobre el que
no se sabe gran cosa, y sobre todo de la existencia en el espacio central de una tumba en
cista.
En ese momento, el estallido de la guerra civil española afectó destructivamente al
monumento, en momentos nada propicios a la vigilancia. Quintero indica que en 1940 las
losas de la cista se hallaban desperdigadas por el lugar. De ellas no se volverá a saber
nada. Tarradell estudiaría el monumento, pero desde la ignorancia de toda la información.
La falta de vigilancia y de obras de consolidación y limpieza, una se efectuó en 1953 con
motivo de la visita de los arqueólogos participantes en un Congreso en Tetuán, iba a ser
particularmente evidente en la segunda mitad del siglo XX. La extracción de piedra y tierra, y más aún la erosión natural, han contribuido de forma creciente a dejar maltrecho el
monumento ante la desidia general. Ésta, la desidia, ha influido en la destrucción bastante más incluso que la tan reiterada agresiva excavación y mala dirección efectuada por
Montalbán.
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